domingo, 7 de agosto de 2022

Portavoz de la miseria, reciente novela de Óscar Fernández

ÓSCAR FERNÁNDEZ, Portavoz de la miseria, novela, 
Hipocampo, agosto 2022. 
Depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº: 2022-06266  
ISBN 978-612-5002-22-8

Óscar Fernández Vásquez es Ingeniero Civil de profesión, pero con una marcada inclinación humanista; nació un 29 de octubre en el puerto de Vigo, España. Su obra literaria está caracterizada por el realismo y el reclamo social, escribe sobre las preocupantes condiciones actuales; dando voz a los marginados.  Ha publicado la novela El Inframundo en el 2004, inspirada en un infierno que casi le cuesta la vida en Haití; desde ese año el autor no ha parado de plasmar la realidad que percibe y aqueja al mundo. Portavoz de la miseria, su cuarta novela, es una obra estandarte con la que emprendió una gira por España y México llamada “Disparos desde la primera frase 2004-2008”, la cual marcó un hito en la carrera del este escritor.

PORTAVOZ DE LA MISERIA

En esta novela se cuenta la historia de Leticia, quien sólo es un nombre sin apellidos, de un origen incierto, y su destino está signado por la fatalidad. 
Leticia está sola y con el alma rota, abusada, discriminada y vendida, sin un lugar digno donde comer o dormir. 
Esta es la cruda realidad que enfrentan miles de niñas y mujeres indígenas de México, quienes además de sufrir la ya conocida severidad de la pobreza en las ciudades, en sus tierras, también son víctimas de un código de conducta llamado “Usos y Costumbres”, en el que se considera aceptable la venta de las hijas de familia por dinero o ganado. 
En pocas palabras, este segmento de la población es vulnerado tanto por la tradición como por la modernidad


Prólogo

“Chale mi güero, ¿tú crees que cuando todo esto termine, 
habrá un lugar para mí?”
—Lety 


La mirada reprobatoria del extranjero es algo con lo que los pueblos latinoamericanos están habituados a lidiar, aunque no por ello deje de molestarles que un foráneo les pretenda explicar su historia, como sucedió por largo tiempo, sobre todo antes de que las repúblicas independientes comenzaran a surgir en el continente. 
El presente libro está involucrado en el ámbito de la literatura, no en el del periodismo ni en el de la historia —aunque comparte características de la crónica—. Es una memoria, sí, pero con la inevitable intromisión de la perspectiva del autor, Óscar Fernández, quien, más allá de emitir un juicio inquisidor sobre el drama que aquí se cierne, vuelve suya la protesta por un mundo más justo. 
También es necesario mencionar que, aún después de 13 años, la historia de Leticia retratada en Portavoz de la miseria se ha vuelto más vigente que nunca. Estas páginas, contadas a través de las letras de Fernández, superan el reproche y el prejuicio cultural para dar paso a un reclamo social alejado de cualquier polarización u opinión política. Es decir, estamos ante una crítica más humana. 
Las condiciones en las que el autor conoció a Lety y se involucró con ella fueron tan impactantes para él, que emprendió una lucha imparable por transmitir su relato a través del libro. La batalla de una mujer indígena se convirtió en la guerra de un joven escritor, una librada sin fusiles, sino con palabras. 
Tras varias ediciones de Portavoz de la miseria, les presentamos ahora esta edición revisada conmemorativa, que podríamos calificar, sin riesgo a exagerar, como la “definitiva”. No pierdan la oportunidad de conocer el testimonio de Leticia, su camino plagado de dificultades, pero también de esperanza. 
Una vez más, los invitamos a sumergirse en esta obra, pero también a observar nuestro entorno y a aceptar nuestra realidad, con el fin de que desde nuestra trinchera tomemos acciones para que delitos como la trata de personas, el lenocinio y la discriminación, sean parte de un pasado desterrado de nuestro territorio.


/.../Mi pobre cantón 

En el estado de Chiapas, a unos cuantos kilómetros de San Cristóbal de las Casas, yace un pequeño pueblo dentro del “Valle Escondido”, cuyos cerros y cruces marcan los lugares emblemáticos o de carácter sagrado. Allí, en el sur de México, un país con una gran variedad de costumbres, pueblos y lenguas indígenas, nació Leticia cierto día de 1980. Su comunidad, aunque de raíces prehispánicas, era católica, pues como en toda Latinoamérica, existe un sincretismo, una mezcla de las tradiciones originarias con las de los colonos europeos —en su mayoría españoles— que impusieron la religión católica. 
Allí comienza su historia, y aquí comienza ella a contárnosla:
Soy indígena, crecí en un pequeño pueblo, un pueblo donde todos los días pasaban las mismas cosas. Como algunas personas dicen: “a veces la costumbre es lo más fuerte en la vida”.
Mi casa era muy pobre, aún la recuerdo. Una parte estaba hecha de cemento y otra parte era de tepetate amarillo, que se miraba rojito cuando el sol salía por la mañana. A esas horas el cantadero de los gallos me despertaba y desde mi catre me quedaba mirando al techo de lámina, ¿cómo olvidarlo? Aquellas tardes de lluvia el sonido era retefuerte y retumbaba. También recuerdo las puertas, que eran de tela, tejidas a mano por mi madre. La única diferente era la puerta principal de la casa, que era de madera tallada con lija, para que no nos astilláramos. El baño era una letrina bien grandota que estaba afuerita de la casa, porque había muchas moscas. 
Aún recuerdo muy bien esos caminos de piedra que me lastimaban los pies al ir corriendo, también a toda esa gente que vivía en mi pueblo. A algunos los recuerdo con cariño, a otros no tanto, pero así vivíamos los descendientes directos de los mayas.
¿Y qué digo de mi familia?, mi familia… pues mi padre se llamaba Crescencio. Don Crescencio era el que mandaba en la casa, siempre estaba enojado y era muy gritón, por eso yo y mis hermanos le teníamos harto miedo. Las tardes eran muy feas cuando mi padre traía a sus amigos a la casa, se emborrachaban hasta estar tirados en el piso, y nosotras sus hijas los teníamos que atender. Nos trató siempre como sirvientas, pero esas tardes eran peores porque nos insultaba y nos gritaba, y así pasó el tiempo hasta que mi padre poco a poco se hizo alcohólico, dejó de trabajar las tierras y comenzó a tomar durante todo el día. 
Mi mamá se llamaba Fausta, era el alma de la casa. Mis hermanas y yo trabajábamos la tierra con ella, pues mi madre era muy movida y luchona, nos quería harto. Siempre estaba callada, aunque el ladino de mi padre le pegara y gritara sin razón. Ella siempre aguantaba, era mi ejemplo de vida.
Yo fui la quinta hija de doce hermanos, ni cabíamos, vivíamos todos amontonados en la casa. El mayor se llamaba Crescencio, como mi padre, y tenía el mismito carácter, por eso era el consentido. Desde chamaco mi papá se lo llevaba con él a tomar, lo presumía con sus amigos y se ponían bien borrachos los dos. La verdad nunca entendí por qué Crescencio no fue a la escuela, ya que además de ser alcohólico, tampoco trabajó ni ayudaba en la casa. Pero nadie podía decir nada, así era mi gente, y así era mi pueblo.
Detrás de Crescencio seguía mi hermana Luisa. Era muy buena y trabajaba bien duro como mi mamá, Luisa siempre fue buena conmigo.
Luego estaban Elba y Rosario. Elba era muy distraída, siempre andaba en la luna, y Rosario era muy calladita, nunca hablaba con nadie.
Seguimos yo, y luego Magda, en ese orden. Magda era la niña retobona(1) que siempre se andaba quejando de que éramos pobres y de la manera en que vivíamos. Claro que frente a mi padre no decía nada, sino le iba como en feria(2).
De Magda siguió Rogelio. Él se murió de chiquito, andaba jugando en el techo cuando se cayó y se descalabró. La mera verdad es que eso nunca se me olvidó, me ponía retebien triste cuando me acordaba. Hasta lo soñaba así como lo vi, era bien feo. 
Tras Rogelio nació mi hermano Jonás, a él lo recuerdo como un niño travieso. En seguida mi mamá tuvo a una niñita, pero se le murió a los ocho días de nacida. Se enfermó de pulmonía, y pues en mi pueblo qué médico ni que nada, sólo podíamos esperar al voluntariado y la chiquita no aguantó. Pobre bebita, no pudimos hacer nada por salvarla, y aunque no la bautizaron, mis hermanas y yo le dijimos a mi mamá que le pusiera Estrellita, pa’ que nos cuide desde el cielo.
Mis otros tres hermanitos aún no caminaban en aquel tiempo. Eran dos niñitas y un bebé: Clarita, Amandita y Eusebio, el más pequeñito. Pobrecito, nació con labio leporino, el doctor le dijo a mi mamá que eso le pasó porque mi papá tomaba harto.
Éramos muchos, y mi papá nos trataba de forma distinta a las mujeres y a los hombres. Todo el día se la pasaba en la cantina y cuando llegaba a casa por las noches, cuidadito y estuviéramos despiertos, se ponía de mal humor y nos pegaba. Todos le teníamos mucho miedo, incluso a veces levantaba a mi mamá de los cabellos y hacía que atendiera a su bola de amigotes. La verdad yo pensaba que mi papá era malo, y que no nos quería.
Las mujeres de la casa nos levantábamos todos los días a las cuatro de la mañana. Unas araban la tierra, otras hacíamos las tortillas de maíz para que desayunaran nuestros hombres y otras prendían el fuego para cocinar. A veces íbamos a la escuela, aunque mi papá decía que eso era pura perdedera de tiempo. Pero eso sí, todos los domingos íbamos a misa…
Así era mi vida, y así era mi pueblo. No pensaba que hubiera nada más, y pues creo que así era feliz.

/.../

1. Persona que responde molesta y está en desacuerdo ante lo que se le pide. Ejem.: Responder desafiante a los padres.
2. Ser objeto de pésimas situaciones. Ejem.: “Me fue como en feria; me robaron y golpearon”.



sábado, 30 de julio de 2022

LA MONTAÑA DE NINO RAMOS PANDURO

Primera edición, Lima, julio de 2022. 
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº: 2022-06550
ISBN  978-612-5002-23-5

Nino Ramos. Nació en el distrito de Lamas, ubicado en la región de San Martín, Perú, en 1992. Como buen contador de historias, las aprehende con pasión y en silencio, y luego les da vida a través de la palabra. De esta manera elaboró sus primeros cuentos, “La noche del bucle” (2019) publicado en Perú; “Lucas” (2020) y “Los elegidos” (2021), publicados en México; y “La muerte de Purificación Coral” (2021), cuento incluido en la antología RELATA del Ministerio de Cultura de Colombia. Asimismo, el autor ha publicado poesía en las revistas literarias Tabaquería y Poetómanos, ambas de México. También ha publicado la crónica “La Chanchería: destino de migrantes” (2022), como producto final del taller Crónicas contra el olvido dictado por el maestro Eloy Jáuregui. El autor considera que las voces más humildes, así como las más solemnes, encajan en un devenir cotidiano y son dignas de ser recreadas en la ficción, o en el campo de la verdad.

VALORACIÓN

Andrés Mauricio Muñoz:

Cuando tuve la oportunidad de leer a Nino Ramos, becado por el Ministerio de Cultura de Colombia para un taller de escritura que impartí, me sorprendieron su devoción, entusiasmo y compromiso por las letras, dispuesto a andar un camino que lo regocija. Ese fervor se materializa ahora en esta colección de cuentos en el que prima la vocinglería popular, la atmósfera vital aunque sofocante de esos pueblos en los que reverberan la inquina, el amor y las pasiones. Gente que sabe quererse a su manera. Sus personajes son hombres y mujeres sabios, resabiados, arrieros, aferrados a la vida con la certeza de que la muerte acecha: Hombres dispuestos a vivir como un acto de gallardía, embriagándose o fumándose un mapacho ante los últimos alientos de un animal que agoniza.

Augusto Effio: 

Llama la atención la serenidad y sabiduría de la prosa de Nino Ramos en este primer libro La Montaña. Un conjunto de cuentos en el que se recupera personajes y escenarios sin estridencia ni alardes. A Ramos le basta el viento, la llovizna y el follaje como fondo, también los augurios de moscos y zancudos, las brujas pacientes, los duendes que acechan todos los sueños y las madres que toman agua de quebrada para matar el hambre. Sin duda, una ópera prima que nos muestra una gran versatilidad narrativa.

Lizeth Rátiva: 

Nino Ramos entrega doce episodios tejidos con maestría. Quien los lea se convertirá en un observador que salta entre generaciones para coleccionar detalles y develar una trama sólida e inadvertida que une a los protagonistas. La Montaña además es una joya, una brújula, un álbum de fotos narradas, que preserva las memorias de una familia y las tradiciones de un pueblo peruano. Un país que, a través de esta lectura, ya he empezado a recorrer. 

Javier Flores Robles: 

La prosa es el verso crudo, desnudo y libre de los atavíos arquetípicos. Es el arma perfecta para cazar la atención de los lectores sedientos de una realidad mágica, que irrumpa la cotidianidad de sus miserables vidas, en sentido kafkiano; el tedio o absurdo voluntarista, en la pluma de Schopenhauer. Acaso eso sea el arte: la mejor forma de respirar sin sentirse atiborrado de la podredumbre humana. 

El escritor debe corregir la realidad, darles el matiz y retoque final a los acontecimientos del día a día. Sí, el escritor es un alquimista, el cual extrae de su alforja los principios secretos de la existencia. La magia, el sinsentido, el absurdo y la teoría de la nada, son los frijoles de cultivo del agricultor más noble y científico: el cuentista. ¿Quién es este? El cuentista es una especie de científico que observa, analiza, reúne y almacena todo tipo de información empírica; también es una especie de mago: invoca la ciencia oculta de la naturaleza, desde los misterios de la tierra, hasta los absurdos de la urbanidad, donde la lógica digital y cientificista pierde su razón de ser. Con todo esto quiero decir que, la presente antología tiene todo el mérito mencionado: irrumpe los estratos de la lógica comodina, estática y hogareña, para darle un sentido trascendente y extrasensorial a la realidad. En literatura, le denominan los críticos “realismo mágico”, es decir, cómo narramos la realidad desde un enfoque no tan racional, no tan occidental, sino, todo lo contrario: una perspectiva casi oriunda de nuestros pueblos ancestrales, tales como la lectura de hoja de coca, pasar el cuy y cómo no, el uso de la ayahuasca.

Sería mezquino decir que la presente antología no tiene atisbos de indigenismo, puesto que el marginado tiene un papel sumamente protagónico en los diversos relatos de la presente obra de arte. Es así, como Nino Ramos, le da un matiz de pintor veterano, a los diversos relatos que encontramos en la zona amazónica, lugar natal del autor, el cual se nutrió de una realidad paralela a la urbana. 

Los presentes relatos, nos muestran una óptica ajena a nuestra mundanidad, donde como buenos criollos, decimos: “eso no existe”, “es estúpido”, “no tiene sentido, piensa”. Ya en la edad moderna se problematizó las posibilidades del conocimiento. Por lo tanto, ¿es acaso Nino Ramos un heredero de la revolución cognitiva de la realidad? La Montaña, es una obra marcada por el espíritu infinito del filósofo, es decir, buscar el principio de todas las cosas, el origen de la existencia, el porqué de la realidad. Porque, sí, la variedad del amor, la venganza, el odio, y el conocimiento de lo absurdo, son una amalgama perfecta que sintoniza con la otra cara de la moneda de Lima: la zona muda, boba y llena de tesoros: la Amazonía y el monte.

Quisiera fumarme en estos momentos un mapacho, para inspirarme y escribir un mejor prólogo, de lejos, del presente que pretende presentar e introducirlos al mundo de lo desconocido, la verdad que calla bajo la sombra de un árbol de plátano o mango, porque ahí se encuentra, bajo las ramas, le esencia misma de esta antología. Puedo ser un zorro, correr por el bosque y buscar mangos para alimentarme, pero soy Javier, y en tanto tal, solo puedo aullar en la prosa. Estoy frente a la computadora, redactando estas líneas para inmortalizar –si se puede– la presente obra, que, con todo el amor y entrega universales, busca marcar sus corazones y perspectivas.

Esto solo puede darse gracias al cansancio urbano y trillado de Lima y sus contrariedades, dadas por la imitación foránea de la cultura. Aquí no queremos alinearnos, no queremos perdernos en una vorágine del río Amazonas, por el contrario: queremos vivir eternamente bajo la sombra de un árbol de mango, o al acecho de las melodías del monte. Eso somos: zorros y brujas del bosque.

Un cuento: LA PELUQUERA Y EL MARINO

El primer día que lo vi, apareció con un niñito igualito a él. Era su hijo. ¡Igualito, amiga! Claro que, porque es su papá, deben de ser idénticos… pero yo me sorprendí al ver que ese pequeñín podría transformarse en un hombrazo (1) como el padre. Tú sabes, de vez en cuando una fantasea cosas así de inútiles.

¿Por qué me pones esa cara? ¿Acaso no es verdad, loquita? Tú crees que después de ese día nunca más regresó. ¡Ja! Volvió, amiga, ¡volvió! Tampoco es porque quiera creerme, pero en este pueblo nadie corta el pelo mejor que yo, nadie. Perdona, amiga, que te diga eso. Yo sé que tú también cortas el pelo muy bonito.

Ahí mismito donde estás sentada, ahí se sentó él. Me trajo a la criatura para que le corte el pelo. Ahí nomás me di cuenta de que era un hombre astuto. Quería que le corte el pelo a su niño para ver si soy buena peluquera, ¡ja! ¿Qué creía? A la Michella nadie la reta. Y menos si se trata de cortar el pelo.

El niñito se llama Nando. Su padre hasta nombre de macho tiene. Aníbal. Así se llama. No se llama Luis, para que le digan Luisa, o Carlos para que le digan Carla, o Michael para que le digan Michella, como a mí, ja, ja, ja, ja... Él es Aníbal. A ver, anda, métete con él. Encima es marino, pero retirado. Bueno, eso no importa, amiga. Cuánto ejercicio habrá hecho cuando estaba sirviendo. No vayas a creer que me he enamorado de un hombre casado. ¿Que si sé si está casado? No lo sé, amiga, pero ya tiene a un pichoncito(2)  y yo ahí no me meto. Pero te cuento…

Ese día el pelo del niño me puso en aprietos. Es bien rulocito, tú le cortas en un lado que no es y… pues tú sabes que con los lacios sí se puede. Le dejas un hueco en la cabeza al ñañito y su padre… ¡Ay, que me mataba si se lo dejaba pelacho!(3)

Con paciencia, amiga. Así tuve que hacerlo. Y su padre, ahí donde estás tú, sentado mirando el espejo y dándome indicaciones, ¿puedes creerlo? ¡Ja! En este pueblo nadie corta mejor que yo el pelo. Ni una mujer, amiga, y eso te consta. Perdóname que te lo diga de nuevo, pero recordar eso me llena de coraje. Pero ya, como te decía… me daba indicaciones, que un poquito más bajito aquí, que ahí ya está perfecto. Para eso, mejor le hubiese cortado el pelo él en su casa y no me lo traía, ¡caramba!

En un momento, me fastidió tanto que le dije que me dejara trabajar tranquila. Yo pensé que se molestaría, pero se rio y me dijo que así son todos. «¿Así son todos?», le pregunté. Medio que se puso serio, pero ahí nomás le dije que yo era única, y se volvió a reír. Hasta el niño también se rio.

La cosa es que, cuando terminé, me dijo que volvería. Y así pasó.

Esa vez el hombre llegó oliendo a trago. Ahí supe que le gustaba su clarito. Ahí me mató la ilusión, amiga. ¡Yo no quiero un hombre que me esté tomando en día de semana-a-a-a!... Te digo, era lunes y ya estaba tomado. Lo recbí nomás. 

Tú sabes que cobro barato por el corte, pero ese día todo, ¡to-do! me salió caro.

Sentadito donde corto el pelo, me dijo si podía traerle una cerveza. Y yo que le obedezco, como si fuera mi marido. Le traje una heladita y se puso a tomar mientras le cortaba los rulos. Me contó de dónde venía, quién era su “pareja” … ni te imaginas quién es. También me dijo que le gustaba el clima, y que no tanto le molestaban los moscos y los zancudos. Le sorprendía la lluvia, porque allá donde nació no llueve así, ni en sueños. Lo único que no le gustaba es que aquí todos somos resentidos y medio envidiosos. Yo creo que sí, chica. Pero lo somos con razones, no por locas.

Y es ahí que me contó que un día trajo un televisor de Lima. Tú sabes que aquí nadie tiene eso, amiga. A las justas unas radios todas viejas y a pilas. Pero el hombrazo este se había traído una desde allá para que su hijo viera dibujos. Y por joderlo le respondo: «Acá los niños van al campo, no se sientan a ver dibujitos», pero para qué le dije eso. Ahí nomás me calló la boca diciéndome que el primer día que prendió la televisión hubo tanta gente que hasta de las ventanas se ponían a ver. Luego me contó que uno de sus vecinos pasó diciéndole chambón.(4) ¡Pero para qué! Espérate nomás, que te digo que el señor tuvo razón. Después empezó a hablar de su vida en Lima, de sus amigos, de la mujer que dejó para venirse a vivir acá al monte. ¿Puedes creerlo, amiga?, ¿nosotros vivir en el monte? Ahí medio que ya me estaba molestando. Lo peor fue cuando me dijo: «Oye, cabrito,(4) anda a traerme otra cerveza». ¡Ja! ¡Para qué me buscó! ¡Ja! Para qué me buscó.

Fui a traerle una cerveza heladita. Estaba sonriéndole toda linda, mientras ahí seguía dándole y dándole a la cerveza. Pero cómo es ¿no?, habrá estado ya medio embalado, que se fue quedando dormido, y ahí nomás aproveché. Chambón(5) de mierda. ¿Cabrito? Nadie me trata así en este pueblo donde soy la única peluquera gay. Adivina qué hice. ¿No adivinas? Le dejé hueco hueco(6) la parte de atrás de su cabeza, y adelante todo bien lindito. Lo desperté cuando todo estaba listo. Encima pagó y me dejó propina. ¡Ja! Chambón de mierda, se fue medio pelacho. Y tú sabes que ese pelo se le corta poquito nomás, como para ordenarlo y nada más. Se lo merecía ese chambón.

Desde ese día, amiga, ya no le veo. Pero, ¡ojo! No es porque no haya vuelto. Por eso estamos con la puerta cerrada, porque cada que se cruza viene a tumbarme la puerta a golpes. Pero yo no salgo, ni loca que fuera.

¡Ah! Y no sabes. Hoy su “pareja” me ha dicho que ha regresado de viaje y que sigue hablando de mí. Por eso la puerta está cerrada, amiga. ¿Ya ves? Ahí está. Pero no te asustes, chica, no te asustes. Ahorita termina de golpear la puerta y se va.

Tú sabes amiga, así son todos.

Glosario:

1. Hombre grande y fuerte.
2. Niño o niña menor de quince años.
3. Persona calva.
4. Persona presumida.
5. Diminutivo que se utiliza para referirse a una persona que es homosexual o no, pero en modo despectivo.
6. Expresión que refiere a que algo tiene muchos huecos. Se utiliza la repetición para aludir que la palabra base es abundante.

 





A PROPÓSITO DE LA MONTAÑA: LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE EN LOS CUENTOS DE NINO RAMOS

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