sábado, 3 de julio de 2021

PALABRAS DE OTOÑO, libro de poesía de Carlos Ernesto Orbezo



Carlos Ernesto Orbezo

Profesor de Arte y periodista peruano radicado en el estado norteamericano de Virginia desde 1989, donde dirigió el semanario en español La Prensa Metropolitana y fundó y editó la revista de entretenimiento VIDA Magazine. En Perú fue director de noticias de Radio América y por muchos años tanto en su país de origen como en los Estados Unidos desarrolló labores de promoción cultural para la comunidad latinoamericana. En los Estados de Virginia, Maryland y Florida, tuvo responsabilidades de productor y conductor de espacios educativos y de farándula para Tv por Cable y Radio Hispana.

Nació en el distrito del Rímac, Lima, pero creció y se formó escolarmente en el balneario de Barranco, Lima. Cursó estudios de Arte y Diseño en la antigua Escuela Nacional de Arte Dramático de Lima y en la Escuela de Teatro “Emilio Carballido”, dependencia del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura del Distrito Federal, México. Su formación como Comunicador Social fue desarrollada en el Instituto de Periodismo “Jaime Bausate y Meza” (hoy convertido en Universidad de Periodismo). 

En la actualidad Carlos E. Orbezo, quien adquirió la ciudadanía norteamericana, se encuentra retirado de su actividad periodística luego de veinticuatro años continuos en esta profesión. Las pasiones que mantuvo desde la década de los ‘80 fueron la dramaturgia y la poesía. Gracias a estas aficiones ha logrado cumplir una tarea hermosa en la difusión de sus trabajos literarios a través de redes sociales que le permitieron ser invitado como poeta y periodista a diferentes eventos por Iberoamérica, recorriendo países como México, Colombia, España y Perú. Autor de su primer poemario Las pecas de tu espalda, mayo del 2019 en Perú. Continúa escribiendo crónicas y obras de teatro. 

Palabras de otoño

El escritor Carlos Ernesto Orbezo, en su segundo poemario Palabras de otoño, acopia una fuente exquisita de textos que le da acceso al instintivo de vivencias que recoge y genera importancia no solo para el autor en la etapa de madurez, que todos los seres humanos desearíamos experimentar, sino que él mismo reviste y recrea los versos de fuego y mirra, los seduce ante el buen juicio de lectores y la escala de prudencia y sensatez. 

Palabras de otoño relata sus propios clamores, los más íntimos, los más internos, los hace que broten de manera fina para dar rienda suelta a lectores comprometidos con el criterio de una vida soñada, trajinada en delirantes periodos, son sus versos transitando la vida, propiciando la cordura y en ella se prevé una aprovechable vitalidad en el espíritu, los trazos del poeta son sus propios versos, al referirse al término “vejez” discrepa enormemente de la “vejez del alma”, y transporta a los lectores hacia sus  propias creaciones, hacia el arte de escribir en el espíritu, y la vivencia de purificar sus propios miedos marcando distancias, donde no sea “ilícito mirarse en el espejo “como contraste del tiempo.  

Esta nueva obra que lleva acertadamente el título de Palabras de otoño revela esa travesía de mirar  “palabras encontradas”, mirar la “piel encadenada cruzando puentes” en la mitad de los sueños. El autor perfila su propia “quiebra ante el espejo de su propia alma”,  frente a versos y abecedarios limpios y humanos, donde la nada queda al final silenciada.

Escribe Silvia Ortiz

El escritor Carlos Ernesto Orbezo en Palabras de otoño, hace credo de sí mismo su propia estancia, la vida suya discurriendo profundidades, es su propia voz, la de todo aquel que rebase cuatro paredes en campos diversos, la vida del poeta, su intrínseca actitud frente al espejo, sus errores, sus caídas, sus aciertos, su mágica forma de ver el calendario mordido por crepúsculos andares. El accionar propio del autor se mueve, la vida espiritual frente a edades que no pesan, y que ya porta serenamente.

El poeta recorre el espejo de sus propios años, invita cálidamente a esa mirada ausente de temores, se constituye en un duelo de conciencia plena y de seguridad del que anda, del que muestra su propio campo fresco, se halla así mismo en la timidez, y la vaciedad de sí mismo, sus años. Tenemos frente a nuestros ojos la capilla poética más certera del alma, ama y discurre por témpanos de frialdad en ese trajinar, y no se quiebra, ora sobre versos dolorosos, se conduele con el paso matutino de andantes, embalsamados andantes en la ofrenda misma del espejo.

El lector podrá descubrirse prontamente en ese binomio del que ofrece el autor, esa plegaria pastoral de gruesísimo formato, muy pocos escritores han podido perpetuarse en los ojos de lectores, de modo tan sencillo y con purificado escrito, ante ustedes este generoso aporte de justicia y benevolente rescate para el alma, Palabras de Otoño, lirismo sereno y arduo amor por los espejos.

Virginia, USA


Prólogo

Escribe Enrique Dintrans Alarcón

Y regalaré mi taza de café, las frutas mendigas de mi pluma

(del poema terrenal: “Palabras de Otoño”).

El escritor Carlos Ernesto Orbezo desarrolla sus escritos en la universalidad de los “otoños”, la generosa alfombra humana que se gesta como manantial en la exquisitez poética,  y es que a nuestro escritor le acompaña una fina intensidad y profunda gama emocional, deja abierta la mirada hacia los grandes misterios de la existencia humana, y la notoria intención de hacer perceptible aquellas verdades que “el alma calla”, no obstante, nos hace partícipes de una maravillosa conciencia, los “períodos del alma”, los “otoños del silencio”, una vez más es el lector o grupo de lectores que determinarán los quejidos nuevos que se sumen a la colosal invitación del “otoño en marcha”. 

En este segundo poemario titulado Palabras de otoño, es el mismo escritor quien traza un camino minucioso y distintivo hacia la acertada experiencia vital del otoño. La obra suya emerge, con una conciencia lúcida, cromática y descriptiva de lo que parece ser un ciclo, un movimiento vital, donde el balcón mismo del otoño se asoma con experiencias luminosas y desgarradoras. La voz del  poeta irrumpe en cada verso,  adopta distintas estancias emocionales, celebra e impulsa un registro vigoroso de sus recuerdos, olvidos y pasiones, cruza fronteras, levanta visiones, se examina a sí mismo con sorprendente naturalidad, transparencia y plática. Los sentidos quedan perpetuados y los  lleva al asombro mismo de la edad, de tal forma que es imposible no asombrarse, ni sentir empatía por lo que representa. 

Por otro lado existe en la poesía viva del autor, una conciencia del proceso histórico universal, donde la voz lírica le permite reconocerse y haberse perdido en jardines babilónicos, arañando sus propias alas, divagando su canto ante “huesos pensativos”, el poeta de la “danza plena” adjunta sus pasos lentos, su voz también es “voz hambrienta de secretos arrinconados”, es  culpa desesperada digiriendo preguntas, una voz que se siente golpeada “en sus propios versos”. El poeta Carlos Ernesto Orbezo, afirma haber caminado por calles imperfectas, vestido de blanco, desesperadamente de blanco, ridículo y desértico, irremediablemente sensible, se ofrece así mismo como “testigo inquebrantable” y poeta del “alimento interno”, él mismo cabalga y olvida abecedarios, desenreda idolatrías  encadenadas a tierra de nadie.  

Frente a lo sagrado y la expectativa de lo divino, no puede ocultar cierto trato con registros de lo religioso, muy recurrente a lo largo de sus escritos, pareciera una veneración meritoria del “mirarse por dentro y en otoño”, así se observa que recorre su largo peregrinaje, y es la poesía, su poesía la que intenta cruzar puentes en que el tiempo se disuelve como ocurre en el poema “Un día”, y así, “un día cualquiera, de visitas inesperadas”, un día en que quizá llueva, o que quizá nunca llegue, en el que el poeta “olvide cerrar puertas”, o “la memoria se escandalice”, y es que esa voz, su voz ha vivido tanto, que “ha llorado sobre sábanas santas” y traza silenciosamente porque “hay lluvias festivas en copas de vino”, y “por los besos y versos de todos los viernes santos”. Sin embargo hay un quiebre de esta alma peregrina que, no renuncia a un declarado compromiso de escribir “plegarias en las cenizas”, escribir “las miserias del alma sobre lluvias de hambre”.    

Y como varón del amor, deja una enseñanza mayor, amar y respetar a la mujer, dejando de lado ese torbellino de crímenes en que se mata y se atropella a cada mujer del mundo. Su voz se levanta ante el festejo por la mujer “como revelación del amor”, presenta una relación amorosa hacia la mujer, su esposa a quien describe en la libertad de las ataduras y culpas, la mujer que ama señala el autor “la que limpia con besos de fruta mis mejillas golpeadas / la que todo lo transforma y glorifica / la que alimenta sus ojos en la ruta de la inocencia y todo, todo lo desnuda”. Es esa mujer, su esposa, la que esculpe milímetro a milímetro el otoño de los sueños, la mujer de la sonrisa autentica, su esposa, la mujer que considera serenamente hermosa, ella la que imagina locuras de fuego y de siempre emancipada culpa, ella la que goza en sus brazos como niña, y en “otoño”, en otoño, en todos los otoños, eso espera.  

Por otro lado y en perfecta sintonía y registro introspectivo, el poeta refiere a la “Madre”, a su propia madre y en ella a todas las madres. Le perturba ver partir algún día a su propia madre, y de seguro confía eternamente en los otoños de los hijos y el cuidado de sus madres, eso cree, eso anhela, por eso escribe: “espérame en el faro de las conductas olvidadas”, espérame “cuando marches al paraíso de los mundos felices”, la madre, a quien quiere escoltar, a quien revela incansablemente ser dueña de sus adentros, de sus avances, de saberse y saberse vivo de verdad y en “otoño”, pues ella le ha dado el poder de una mirada que le ha llegado como una visión “bendita” de la tierra, una visión acústica de vivir y de vivir en la libertad de cada ruego.   

Palabras de otoño de nuestro autor Carlos Ernesto Orbezo, nos invita a la consolidación de esta tierna, y espléndida plegaria por la vida en “otoño”, adherirnos, y a sumar de por si en nuestras sociedades el arte de vivir el “otoño de palabras” de nuestro interior, nos ofrece vida, y la danza jubilosa en la esfera del cristal de nuestras edades, nuestro interior, nuestras vivencias, ahora en medio de un mundo recargado de ausentes “otoños”. Este poemario podría sumarse a las casas de hogares donde la lectura se haga baluarte de tantos y tantas angustias de “otoño”.

Santiago, Chile.

Febrero, 2020.

MUESTRA POÉTICA

CAMINOS IMPACIENTES

Y aquí estamos...
gaviotas embriagadas,
abriendo alas a la realidad
de nunca aborrecer inocencias,
liberando condenaciones,
eliminando canciones de fuego
en oraciones matutinas,
sujetando costumbres
en cada silencio transparente
de latidos eternos.
Gaviotas embriagadas...
hoy estamos sin gemidos
rescatando memorias intensas,
horas de promesas bailables,
miradas enmascaradas
sin nombres excluidos,
palabras huecas,
letras traviesas impacientes,
arrojando monotonías
de voces incorregibles.
Y aquí estamos...
bajo lluvia de letras egoístas,
sacudiendo cansados secretos,
con las ansias de creer
que hay espinas y sueños
en el camino libertario
de juramentos ardorosos...
y es que somos peligro
bajo el humo de viejos árboles,
sin violines encendidos.


ESTE DÍA

Este día...
que no es un día cualquiera
en el otoño de mis cantos...
hay líneas blancas
en las huellas del reloj,
en páginas coloreadas
que alimentan fantasmas,
en lo profundo de mis paisajes
de luces intermitentes,
de cruces en la frente.
Líneas blancas
en los sonidos bendecidos
de la inocencia,
en la sangre transformada
en vino tinto de viejos siglos,
en lágrimas o lluvia,
sin abecedarios peregrinos
por el viento musical
de mis años perdidos.
Este día...
que no es un día cualquiera...
escribiré sobre alborotos
del cansancio
cuando desgarro la mente
de todo lo fatal en los huesos.
Líneas blancas...
en la rabia del camino
que roba los auxilios
de ventanas abiertas.
Solamente este día
en el otoño de mis danzas,
de hierba húmeda,
de banderas ahogadas
cada mañana sin medallas,
con las manos apretadas
en los bolsillos, 
robando el frío a las sombras, 
crucificado en mis letras.





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