miércoles, 15 de marzo de 2023

A PROPÓSITO DE LA MONTAÑA: LA REGIÓN MÁS TRANSPARENTE EN LOS CUENTOS DE NINO RAMOS

La Montaña de Nino Ramos Panduro, Hipocampo Editores 2022. 


Escribe: Mario Suárez Simich

La educación tradicional ha acuñado en el imaginario nacional que el Perú está “dividido” en tres regiones naturales: costa, sierra y selva. Esta división se ha arrastrado, en consecuencia y en este caso, al estudio de la narrativa; de esta manera, durante mucho tiempo y hasta hace poco, la visión crítica de los textos ha sido analizada como si en realidad se hallara separada en compartimientos estancos sin conexión entre sí y, en otros casos, como si fueran excluyentes. Evidentemente, para la rica y compleja realidad histórica, social y cultural de nuestro país, este tipo de visión resulta mezquino y es insuficiente.

     Entendiendo que la totalidad de la producción narrativa nacional tiene un “sentido”, “valor” y “criterios de unidad” como conjunto, resulta más práctico, metodológicamente hablando, buscar estas características en los universos representados en ella; ya que, por ejemplo, es tan narrativa de la costa el universo de A. Valdelomar, como el de Antonio Gálvez Ronceros siendo ambos diferentes. Existen, pues, muchos más universos narrativos (narrados o por narrar) que regiones naturales. En 1938 Pulgar Vidal lanza su tesis sobre las ocho regiones naturales que es la aceptada hoy; sin embargo, esta nueva división no ha borrado de nuestro imaginario las tres originales.

     Antes que estas ocho regiones fueran validadas e incluidas en los programas de estudios, ya se hablaba de una “región” no señalada por Pulgar Vidal a la que solemos denominar de manera general “montaña”; que no es ni coincide, necesariamente, con la selva alta o baja descrita por nuestro insigne geógrafo y que escapa a los criterios de pisos altitudinales u otros usados por él. Es más bien la invención de un espacio, en un primer momento imaginado, que se fue construyendo con “noticias” de un territorio virgen donde se asientan, en un primer momento, colonos extranjeros y luego nacionales, donde se van configurando grupos sociales diferentes a los de la costa, sierra y selva.

     Claro está que, desde mediados del siglo XIX, inicio de las primeras colonizaciones, a la fecha, en lo que denominamos “montaña”, se han desarrollado ciudades pujantes como Oxapampa o Pozuzo. Sin embargo, la “región”, el espacio geográfico, sigue recibiendo colonos y con ellos la épica de transformar las zonas vírgenes en polos de desarrollo. Este proceso ha generado nuevos universos que la narrativa peruana va registrando en sus textos. Uno de ellos, de los últimos publicados, es el libro de cuentos La Montaña, del escritor lameño Nino Ramos (Hipocampo Editores, Lima, 2022).

    Nino Ramos Panduro, segundo de la izquierda, con integrantes de la Municipalidad del Centro Poblado Comunidad Kechwa - Wayku, Lamas, San Martín, como gestor cultural para implementar la Biblioteca Comunal en la presentación de los libros donados por diversas editoriales y autores. Marzo del 2023.


    A pesar de que el lector irá dándose cuenta mientras avanza en la lectura de estos cuentos, la primera virtud a reseñar en este libro es su bien lograda unidad. Unidad lograda no porque las historias tengan la misma temática, se refieran al mismo espacio geográfico, porque tengan el mismo estilo narrativo o un similar tratamiento del lenguaje. Sino porque en todos los cuentos, lo narrado en cada uno de ellos, se va ir relacionando, entretejiendo, uno con otro para dar la sensación final de haber leído, en cada historia individual, una parte de otra mayor que la totaliza; a la manera que lo hace, por ejemplo, Oswaldo Reynoso en su libro Los Inocentes. Mérito que hay que destacar por tratarse de un escritor debutante.

     Lo segundo a señalar es el universo que Ramos recrea en este libro, un pie en la realidad y el otro en lo mágico, en un equilibrio que evidencia una aprovechada lectura de las obras de García Márquez y Rulfo. Un realismo mágico hecho a la medida para retratar la visión de unos personajes que junto a sus creencias espirituales que llevan al nuevo escenario de sus vidas, convive y se alimentan de las que encuentran en ese escrito. Los sueños, los poderes de los curanderos o de las brujas, la cara fantástica de la naturaleza y otros elementos se armonizan y sincretizan con la realidad “real” de la vida cotidiana de la niñez a la vejez, pasando, claro está, a la edad en que se descubre el amor.

     El universo narrativo de La Montaña ha sido escrito con un lenguaje efectivo, funcional, que no busca el preciosismo innecesario porque sabe que está pintando un fresco antes que una miniatura; que busca lo que resulte más eficiente para contar una historia, a la manera en que pensaba Horacio Quiroga se debe utilizar el lenguaje: directo.

     “Todos los que llegaron sabían que Mildré engañaba a su marido, pero en ese momento dudaban de que haya tenido algún motivo para matarlo. A fuerzas de exigencias, la mujer terminó por contar lo que había sucedido. No le creyeron. Para todos los presentes era imposible asumir que el doctor haya sido tan cobarde para preferir la muerte antes de apalear a la mujerzuela -así comenzaron a llamarla-.   (Pg. 83).

     Nino Ramos ha pasado con nota su debut como cuentista, le ha dado trascendencia al conjunto de cuentos que forman La Montaña entretejiendo una historia con otra. Ha pintado su “aldea” para representar su mundo y abierto en la narrativa peruana un nuevo y desconocido universo literario. Es desde ya un narrador joven del que hay que esperar buenos y mejores. Un libro que sin duda hay que leer.



miércoles, 15 de febrero de 2023

Cuento COLINA CRUZ de Teófilo Gutiérrez


PARECÍA QUE LA VIEJA ESTUVIERA JUGANDO. Movía como apurada los pies pequeños, desnudos. La cuerda frotaba la viga, dejaba salir un chirrido que pausadamente tendría que detenerse. En la última mueca, aquel rostro expulsaría la lengua morada, hinchada. Pensé entonces que ya era inútil seguir mirándola morir entre la penumbra que empezaba a inundar la habitación. Salí y me encontré con el viento fresco que corría locamente por los pajonales de esa colina. El sol ya se iba con la tarde. Pronto la casa se quedaría sola para siempre y el fuego aún prendido en la cocina también se apagaría solo.

Al volver a entrar a la casa y al ver a la vieja tan quietecita no dudé en compadecerme y jalé entonces el lazo corredizo de la cuerda que ataba el extremo de una vitrina, esta sintió el tirón y tembló produciendo el choque de una vajilla. La vieja cayó rebotando sobre el piso de cemento.

Así estuve, entrando y saliendo de la casa. Afuera la tarde muriendo y adentro la vieja quieta y estirada. Finalmente me senté en un mojón de tierra. Allí los esperaría. El crepúsculo bañaba la colina de San Francisco, mi pueblo, el que ahora yo estaba mirando. Pensé en la costumbre de toda mi vida, la de mirar hacia esta colina desde la vereda de mi casa, aunque nunca imaginé que ahora divisaría al revés. Desde mi pueblo seguramente verían a un hombrecito lejano, como si fuera un puntito, tal vez se dirían para sí: “Ese es Pascualillo”. Pero yo no era Pascualillo, que ni siquiera me parezco un poquito, porque él es viejo y usa un sombrero grande, tiene bigotes negros, es más alto; quisiera decirles ahorita que no, que a Pascualillo seguramente lo están golpeando casi al final de los sembríos junto al arroyo. Es muy posible que todo haya acabado para él. Pobrecito.

La soledad de esta colina no me gusta para nada. Estoy hace rato mirando para cualquier parte. Creo que por aquí solo se oye el canto dulce de los pájaros chiroques, es un canto que se pierde lentamente luego de rebotar por todos lados. Cuando estoy en mi colina el canto de las luisas se inicia bien de mañana y también al acabar la tarde. Acabo de ver algunas luisas por aquí, pero son bien azules y nunca he visto luisas de ese color. Siempre creí que esta colina era muy extensa, pero conociéndola ahora pienso que no, que más bien la colina donde vivo devora todos los horizontes; en contraste, esta colina donde ahorita estoy tiene un horizonte pequeño y el centro mismo de la cumbre es una joroba donde apareció sembrada hace tantos años una cruz grande de cedro, que se divisa desde muy lejos. La gente dice: “Allí está la Colina Cruz”, “Vino por la Colina Cruz”, en fin, así se expresan. Desde el pie de la cruz, que está en Colina Cruz, baja zigzagueante una carretera que parece morir en la hondonada, pero vuelve a trepar lentamente hasta San Francisco. Cuando miro que alguien viene o se va, pienso en quienes vinieron alguna vez, en los que ya se fueron y en los que nunca podrán irse, como yo que siempre quise hacerlo.

  Vuelvo a entrar a la casa. La vieja sigue tirada en el piso como cosa inservible. Pienso entonces si será cierto cuando dicen que un muerto nunca se estará tranquilo si le aprietan de mala manera la vida. ¿Pero a quién le importa un par de viejos? Además, por qué no se pusieron blandos y contestaron a todo. ¡Qué les costaba decir fue fulano, sutano o mengano, y se acababa este lío de muy buena manera! Hasta les invitábamos un trago de buen aguardiente. Imagino al viejo Pascualillo fumando mientras nos cuenta alguna anécdota. Entonces alguno de nosotros cinco le hubiésemos relatado más de una, porque tenemos un montón de historias ocurridas desde que empezamos las rondas, primero nosotros mismos y sin tanto aspaviento, pero luego llegó el Gato con su experiencia militar y de a pocos nos fue metiendo en una maraña de la que ya no hemos podido salir. Él siempre nos ha dicho: “Somos nosotros o son ellos”. Pero acá estamos para preguntarles a los viejos Pascualillos quién o quiénes chamuscaron la Cruz, porque al Gato no se le cocinó nunca que ellos no tuvieran nada que ver en esto. “Tienen que saberlo, dijo el Gato, acaso no van a ver una cruz ardiendo en la noche, como la vimos todos desde tan lejos. Ellos han podido llegar en tres minutos hasta la cruz, nosotros nunca. Si no fuera por la lluvia milagrosa, la cruz se quemaba hasta el muñón. Eso hubiese sido muy triste. Los viejos lo saben. Los viejos son el hilo y hay que meterles presión”. 

Pero primero se puso terca la vieja, pobrecita. Luego me dijeron: ¡cuídala! Yo queriendo ser gracioso hasta les dije: ¡cómo puede irse si está bien colgada! El Gato entonces masticó nuevamente la orden y aquí estoy. Creo también que si iba con ellos, de repente, me hubiesen dicho: ¡cháncale las manos al viejo Pascualillo!  Entonces yo hubiese tenido que agarrar una piedra grande y una piedra chica, una redonda y una plana, como seguro están haciéndolo ahora.

 De pronto pienso ¿y si los Pascualillos no quemaron la cruz, ¿y si tampoco sabían nada? Porque hasta me parecen buena gente. ¿Y si acaso el Gato buscaba otra cosa? En este aspecto hasta advertí que no valía la pena tanto alboroto, pero ellos me miraron feo, sobre todo el Gato, con esos ojos que nunca me gustaron. Por eso decidieron dejarme cuidando hasta que la vieja Pascualilla terminara de morir.

Vuelvo a salir y el sol expira, torna a la tierra más rojiza en las partes donde no hay pajonales. Mas no venían. Haciendo visera con la mano trato de mirar a través de un enrevesado pasto para las vacas. El pajonal es alto. De pronto se levanta un revuelo de pájaros garrapateros, ésos que andan trepados de las vacas, tragándose los ácaros que chupan sangre, y entonces ellos aparecen. El Gato me pregunta si la vieja Pascualilla ya está fría. ¿Qué? —digo—, ni que fuera de otro mundo. Pero al mismo tiempo le pregunto: “¿qué le ha pasado a Pascualillo?”. Entonces el Gato se ríe, cuenta, que hasta se me erizan los pelos de todo el cuerpo, entra a la casa y se mete a rebuscar no sé qué cosas en el dormitorio de los Pascualillos. Luego nos vamos para siempre de allí. 


YA HAN PASADO TANTOS días, años, casi sin sentirlos o sintiéndolos demasiado que ahora quisiera meterlos en el saco del olvido. Ya se oye la música en el pueblo y pareciera que se avistan otros tiempos, aunque seguramente nunca los veré. Sin embargo, a veces, me parece ver un revuelo de gallinazos en esa parte de la colina, la que fue de los viejos Pascualillos. Pobrecitos, digo, entonces se me da por escuchar huainos tristes, hundo mis ojos en el suelo, los cierro. Acaso fue cierto, digo. Pero ya no hay balazos ni hombres armados buscándose entre ellos. Todos se cansaron de matarse. Los que quedamos, aquí estamos. Pero el Gato acabó en el recodo de un camino. Le partieron la piel a machetazos. Tal vez fue solo suerte que quienes estuvimos con el Gato aún sigamos respirando. Por eso tal vez vivimos repartidos por cualquier lado. Así está mejor. Además, si uno habla verdades la gente le responde mirándolo de pies a cabeza, como quien dice ¿usted?, oiga usted, imagina cosas, aquí nunca sucedió nada.

Por eso he cogido el pasatiempo de olvidarlo todo, porque si pregunto “¿es cierto que los viejos Pascualillos quemaron la cruz de la colina?”, la gente contesta: “¡no!, alguien quemó el pajonal y la cruz se chamuscó un poquito. Luego la lluvia llegó providencial”. Vaya, vaya —les contradigo—, entonces por qué a Pascualillo le cortaron las manos y la lengua y lo dejaron tirado durante días en aquel arroyo, desangrándose entre la hierba y la arenilla. Ellos, porfiados, me sacan de quicio y dicen que no. Pero yo sé que al viejo Pascualillo lo hallaron picoteado por los gallinazos y que nunca murió de viejo. Yo sé que fue el Gato, aunque la gente mire para cualquier lado y nunca de frente a los ojos cuando les recrimino que el Gato no fue un héroe. Ellos, ignorantes y tercos siguen pensando lo mismo, reiteran que sí, que él fue un héroe de a verdad. Cuando eso sucede entonces no digo más. Dejo que mi conciencia hable. Nunca hice nada malo. Solo estuve mirando a una viejita, tal vez para que no muriera tan sola en este mundo.


EL AUTOR 

teófilo gutiérrez jiménez (Jaén, Cajamarca, Perú, 1960) Estudió Literatura en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.  Fue integrante de la Comitiva de Escritores del Perú que participó en la 35 Feria Internacional de Guadalajara 2021, México, y en la que nuestro país fue invitado de honor. En 1989 obtuvo el Tercer Premio COPÉ de cuento de PETROPERÚ con “Historia de amor”, ese mismo año también fue premiado en el concurso de cuento Mil Palabras de la revista Caretas con el cuento “Bolas de Oro”. En el 2004, ganó el Primer Premio de cuento que organizó la Municipalidad Metropolitano de Lima y la asociación cultural Viernes Literarios con el cuento “Colina Cruz” y que tuvo como jurado a Oswaldo Reynoso. El 2021 fue reconocido por la Municipalidad Provincial de Jaén como “Escritor del Bicentenario” mediante una resolución de alcaldía y medalla de oro. Ha publicado los libros de cuentos Tiempos de Colambo (1996), Colina Cruz (2011) y pronto aparecerá un nuevo libro de cuentos, así como la saga para niños Cuentos apapachosAlgunos de sus cuentos han sido seleccionados en diversas antologías de narrativa breve y ha trabajado como periodista en los diarios “La Voz”, “El Universal”, “La República”, “Ojo” y la revista “Somos” del diario “El Comercio”, entre otros. Igualmente ha participado en conferencias, recitales y seminarios de Literatura, y en diversas ferias nacionales e internacionales de ciudades como Cusco, Ayacucho, Puno, Huánuco, Tarma, Barranca, Tarapoto, Lima, Huancayo, entre otras. Es director-fundador del sello Hipocampo Editores. Igualmente, en Hipocampo Editores hemos logrado el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura del Perú por el libro de poesía Usina de dolor de Antonio Cillóniz de la Guerra en el 2019. Este 2020 también obtuvimos el Premio Luces del diario El Comercio por el libro de cuentos Hijos de la guerra de Enmanuel Grau. Durante estos 22 años de existencia en Hipocampo Editores hemos publicado a autores muy importantes de la literatura peruana, como Hildebrando Pérez Grande (Premio Casa de las Américas), José Antonio Mazzotti (Premio Lezama Lima de Casa de las Américas), Antonio Cillóniz de la Guerra (Premio Nacional de Literatura 2019), Dalmacia Ruiz-Rosas Samohod, Roger Santiváñez, Marco Martos y muchísimos más.  

Dibujos: Edmer Montes

domingo, 7 de agosto de 2022

Portavoz de la miseria, reciente novela de Óscar Fernández

ÓSCAR FERNÁNDEZ, Portavoz de la miseria, novela, 
Hipocampo, agosto 2022. 
Depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº: 2022-06266  
ISBN 978-612-5002-22-8

Óscar Fernández Vásquez es Ingeniero Civil de profesión, pero con una marcada inclinación humanista; nació un 29 de octubre en el puerto de Vigo, España. Su obra literaria está caracterizada por el realismo y el reclamo social, escribe sobre las preocupantes condiciones actuales; dando voz a los marginados.  Ha publicado la novela El Inframundo en el 2004, inspirada en un infierno que casi le cuesta la vida en Haití; desde ese año el autor no ha parado de plasmar la realidad que percibe y aqueja al mundo. Portavoz de la miseria, su cuarta novela, es una obra estandarte con la que emprendió una gira por España y México llamada “Disparos desde la primera frase 2004-2008”, la cual marcó un hito en la carrera del este escritor.

PORTAVOZ DE LA MISERIA

En esta novela se cuenta la historia de Leticia, quien sólo es un nombre sin apellidos, de un origen incierto, y su destino está signado por la fatalidad. 
Leticia está sola y con el alma rota, abusada, discriminada y vendida, sin un lugar digno donde comer o dormir. 
Esta es la cruda realidad que enfrentan miles de niñas y mujeres indígenas de México, quienes además de sufrir la ya conocida severidad de la pobreza en las ciudades, en sus tierras, también son víctimas de un código de conducta llamado “Usos y Costumbres”, en el que se considera aceptable la venta de las hijas de familia por dinero o ganado. 
En pocas palabras, este segmento de la población es vulnerado tanto por la tradición como por la modernidad


Prólogo

“Chale mi güero, ¿tú crees que cuando todo esto termine, 
habrá un lugar para mí?”
—Lety 


La mirada reprobatoria del extranjero es algo con lo que los pueblos latinoamericanos están habituados a lidiar, aunque no por ello deje de molestarles que un foráneo les pretenda explicar su historia, como sucedió por largo tiempo, sobre todo antes de que las repúblicas independientes comenzaran a surgir en el continente. 
El presente libro está involucrado en el ámbito de la literatura, no en el del periodismo ni en el de la historia —aunque comparte características de la crónica—. Es una memoria, sí, pero con la inevitable intromisión de la perspectiva del autor, Óscar Fernández, quien, más allá de emitir un juicio inquisidor sobre el drama que aquí se cierne, vuelve suya la protesta por un mundo más justo. 
También es necesario mencionar que, aún después de 13 años, la historia de Leticia retratada en Portavoz de la miseria se ha vuelto más vigente que nunca. Estas páginas, contadas a través de las letras de Fernández, superan el reproche y el prejuicio cultural para dar paso a un reclamo social alejado de cualquier polarización u opinión política. Es decir, estamos ante una crítica más humana. 
Las condiciones en las que el autor conoció a Lety y se involucró con ella fueron tan impactantes para él, que emprendió una lucha imparable por transmitir su relato a través del libro. La batalla de una mujer indígena se convirtió en la guerra de un joven escritor, una librada sin fusiles, sino con palabras. 
Tras varias ediciones de Portavoz de la miseria, les presentamos ahora esta edición revisada conmemorativa, que podríamos calificar, sin riesgo a exagerar, como la “definitiva”. No pierdan la oportunidad de conocer el testimonio de Leticia, su camino plagado de dificultades, pero también de esperanza. 
Una vez más, los invitamos a sumergirse en esta obra, pero también a observar nuestro entorno y a aceptar nuestra realidad, con el fin de que desde nuestra trinchera tomemos acciones para que delitos como la trata de personas, el lenocinio y la discriminación, sean parte de un pasado desterrado de nuestro territorio.


/.../Mi pobre cantón 

En el estado de Chiapas, a unos cuantos kilómetros de San Cristóbal de las Casas, yace un pequeño pueblo dentro del “Valle Escondido”, cuyos cerros y cruces marcan los lugares emblemáticos o de carácter sagrado. Allí, en el sur de México, un país con una gran variedad de costumbres, pueblos y lenguas indígenas, nació Leticia cierto día de 1980. Su comunidad, aunque de raíces prehispánicas, era católica, pues como en toda Latinoamérica, existe un sincretismo, una mezcla de las tradiciones originarias con las de los colonos europeos —en su mayoría españoles— que impusieron la religión católica. 
Allí comienza su historia, y aquí comienza ella a contárnosla:
Soy indígena, crecí en un pequeño pueblo, un pueblo donde todos los días pasaban las mismas cosas. Como algunas personas dicen: “a veces la costumbre es lo más fuerte en la vida”.
Mi casa era muy pobre, aún la recuerdo. Una parte estaba hecha de cemento y otra parte era de tepetate amarillo, que se miraba rojito cuando el sol salía por la mañana. A esas horas el cantadero de los gallos me despertaba y desde mi catre me quedaba mirando al techo de lámina, ¿cómo olvidarlo? Aquellas tardes de lluvia el sonido era retefuerte y retumbaba. También recuerdo las puertas, que eran de tela, tejidas a mano por mi madre. La única diferente era la puerta principal de la casa, que era de madera tallada con lija, para que no nos astilláramos. El baño era una letrina bien grandota que estaba afuerita de la casa, porque había muchas moscas. 
Aún recuerdo muy bien esos caminos de piedra que me lastimaban los pies al ir corriendo, también a toda esa gente que vivía en mi pueblo. A algunos los recuerdo con cariño, a otros no tanto, pero así vivíamos los descendientes directos de los mayas.
¿Y qué digo de mi familia?, mi familia… pues mi padre se llamaba Crescencio. Don Crescencio era el que mandaba en la casa, siempre estaba enojado y era muy gritón, por eso yo y mis hermanos le teníamos harto miedo. Las tardes eran muy feas cuando mi padre traía a sus amigos a la casa, se emborrachaban hasta estar tirados en el piso, y nosotras sus hijas los teníamos que atender. Nos trató siempre como sirvientas, pero esas tardes eran peores porque nos insultaba y nos gritaba, y así pasó el tiempo hasta que mi padre poco a poco se hizo alcohólico, dejó de trabajar las tierras y comenzó a tomar durante todo el día. 
Mi mamá se llamaba Fausta, era el alma de la casa. Mis hermanas y yo trabajábamos la tierra con ella, pues mi madre era muy movida y luchona, nos quería harto. Siempre estaba callada, aunque el ladino de mi padre le pegara y gritara sin razón. Ella siempre aguantaba, era mi ejemplo de vida.
Yo fui la quinta hija de doce hermanos, ni cabíamos, vivíamos todos amontonados en la casa. El mayor se llamaba Crescencio, como mi padre, y tenía el mismito carácter, por eso era el consentido. Desde chamaco mi papá se lo llevaba con él a tomar, lo presumía con sus amigos y se ponían bien borrachos los dos. La verdad nunca entendí por qué Crescencio no fue a la escuela, ya que además de ser alcohólico, tampoco trabajó ni ayudaba en la casa. Pero nadie podía decir nada, así era mi gente, y así era mi pueblo.
Detrás de Crescencio seguía mi hermana Luisa. Era muy buena y trabajaba bien duro como mi mamá, Luisa siempre fue buena conmigo.
Luego estaban Elba y Rosario. Elba era muy distraída, siempre andaba en la luna, y Rosario era muy calladita, nunca hablaba con nadie.
Seguimos yo, y luego Magda, en ese orden. Magda era la niña retobona(1) que siempre se andaba quejando de que éramos pobres y de la manera en que vivíamos. Claro que frente a mi padre no decía nada, sino le iba como en feria(2).
De Magda siguió Rogelio. Él se murió de chiquito, andaba jugando en el techo cuando se cayó y se descalabró. La mera verdad es que eso nunca se me olvidó, me ponía retebien triste cuando me acordaba. Hasta lo soñaba así como lo vi, era bien feo. 
Tras Rogelio nació mi hermano Jonás, a él lo recuerdo como un niño travieso. En seguida mi mamá tuvo a una niñita, pero se le murió a los ocho días de nacida. Se enfermó de pulmonía, y pues en mi pueblo qué médico ni que nada, sólo podíamos esperar al voluntariado y la chiquita no aguantó. Pobre bebita, no pudimos hacer nada por salvarla, y aunque no la bautizaron, mis hermanas y yo le dijimos a mi mamá que le pusiera Estrellita, pa’ que nos cuide desde el cielo.
Mis otros tres hermanitos aún no caminaban en aquel tiempo. Eran dos niñitas y un bebé: Clarita, Amandita y Eusebio, el más pequeñito. Pobrecito, nació con labio leporino, el doctor le dijo a mi mamá que eso le pasó porque mi papá tomaba harto.
Éramos muchos, y mi papá nos trataba de forma distinta a las mujeres y a los hombres. Todo el día se la pasaba en la cantina y cuando llegaba a casa por las noches, cuidadito y estuviéramos despiertos, se ponía de mal humor y nos pegaba. Todos le teníamos mucho miedo, incluso a veces levantaba a mi mamá de los cabellos y hacía que atendiera a su bola de amigotes. La verdad yo pensaba que mi papá era malo, y que no nos quería.
Las mujeres de la casa nos levantábamos todos los días a las cuatro de la mañana. Unas araban la tierra, otras hacíamos las tortillas de maíz para que desayunaran nuestros hombres y otras prendían el fuego para cocinar. A veces íbamos a la escuela, aunque mi papá decía que eso era pura perdedera de tiempo. Pero eso sí, todos los domingos íbamos a misa…
Así era mi vida, y así era mi pueblo. No pensaba que hubiera nada más, y pues creo que así era feliz.

/.../

1. Persona que responde molesta y está en desacuerdo ante lo que se le pide. Ejem.: Responder desafiante a los padres.
2. Ser objeto de pésimas situaciones. Ejem.: “Me fue como en feria; me robaron y golpearon”.



sábado, 30 de julio de 2022

LA MONTAÑA DE NINO RAMOS PANDURO

Primera edición, Lima, julio de 2022. 
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº: 2022-06550
ISBN  978-612-5002-23-5

Nino Ramos. Nació en el distrito de Lamas, ubicado en la región de San Martín, Perú, en 1992. Como buen contador de historias, las aprehende con pasión y en silencio, y luego les da vida a través de la palabra. De esta manera elaboró sus primeros cuentos, “La noche del bucle” (2019) publicado en Perú; “Lucas” (2020) y “Los elegidos” (2021), publicados en México; y “La muerte de Purificación Coral” (2021), cuento incluido en la antología RELATA del Ministerio de Cultura de Colombia. Asimismo, el autor ha publicado poesía en las revistas literarias Tabaquería y Poetómanos, ambas de México. También ha publicado la crónica “La Chanchería: destino de migrantes” (2022), como producto final del taller Crónicas contra el olvido dictado por el maestro Eloy Jáuregui. El autor considera que las voces más humildes, así como las más solemnes, encajan en un devenir cotidiano y son dignas de ser recreadas en la ficción, o en el campo de la verdad.

VALORACIÓN

Andrés Mauricio Muñoz:

Cuando tuve la oportunidad de leer a Nino Ramos, becado por el Ministerio de Cultura de Colombia para un taller de escritura que impartí, me sorprendieron su devoción, entusiasmo y compromiso por las letras, dispuesto a andar un camino que lo regocija. Ese fervor se materializa ahora en esta colección de cuentos en el que prima la vocinglería popular, la atmósfera vital aunque sofocante de esos pueblos en los que reverberan la inquina, el amor y las pasiones. Gente que sabe quererse a su manera. Sus personajes son hombres y mujeres sabios, resabiados, arrieros, aferrados a la vida con la certeza de que la muerte acecha: Hombres dispuestos a vivir como un acto de gallardía, embriagándose o fumándose un mapacho ante los últimos alientos de un animal que agoniza.

Augusto Effio: 

Llama la atención la serenidad y sabiduría de la prosa de Nino Ramos en este primer libro La Montaña. Un conjunto de cuentos en el que se recupera personajes y escenarios sin estridencia ni alardes. A Ramos le basta el viento, la llovizna y el follaje como fondo, también los augurios de moscos y zancudos, las brujas pacientes, los duendes que acechan todos los sueños y las madres que toman agua de quebrada para matar el hambre. Sin duda, una ópera prima que nos muestra una gran versatilidad narrativa.

Lizeth Rátiva: 

Nino Ramos entrega doce episodios tejidos con maestría. Quien los lea se convertirá en un observador que salta entre generaciones para coleccionar detalles y develar una trama sólida e inadvertida que une a los protagonistas. La Montaña además es una joya, una brújula, un álbum de fotos narradas, que preserva las memorias de una familia y las tradiciones de un pueblo peruano. Un país que, a través de esta lectura, ya he empezado a recorrer. 

Javier Flores Robles: 

La prosa es el verso crudo, desnudo y libre de los atavíos arquetípicos. Es el arma perfecta para cazar la atención de los lectores sedientos de una realidad mágica, que irrumpa la cotidianidad de sus miserables vidas, en sentido kafkiano; el tedio o absurdo voluntarista, en la pluma de Schopenhauer. Acaso eso sea el arte: la mejor forma de respirar sin sentirse atiborrado de la podredumbre humana. 

El escritor debe corregir la realidad, darles el matiz y retoque final a los acontecimientos del día a día. Sí, el escritor es un alquimista, el cual extrae de su alforja los principios secretos de la existencia. La magia, el sinsentido, el absurdo y la teoría de la nada, son los frijoles de cultivo del agricultor más noble y científico: el cuentista. ¿Quién es este? El cuentista es una especie de científico que observa, analiza, reúne y almacena todo tipo de información empírica; también es una especie de mago: invoca la ciencia oculta de la naturaleza, desde los misterios de la tierra, hasta los absurdos de la urbanidad, donde la lógica digital y cientificista pierde su razón de ser. Con todo esto quiero decir que, la presente antología tiene todo el mérito mencionado: irrumpe los estratos de la lógica comodina, estática y hogareña, para darle un sentido trascendente y extrasensorial a la realidad. En literatura, le denominan los críticos “realismo mágico”, es decir, cómo narramos la realidad desde un enfoque no tan racional, no tan occidental, sino, todo lo contrario: una perspectiva casi oriunda de nuestros pueblos ancestrales, tales como la lectura de hoja de coca, pasar el cuy y cómo no, el uso de la ayahuasca.

Sería mezquino decir que la presente antología no tiene atisbos de indigenismo, puesto que el marginado tiene un papel sumamente protagónico en los diversos relatos de la presente obra de arte. Es así, como Nino Ramos, le da un matiz de pintor veterano, a los diversos relatos que encontramos en la zona amazónica, lugar natal del autor, el cual se nutrió de una realidad paralela a la urbana. 

Los presentes relatos, nos muestran una óptica ajena a nuestra mundanidad, donde como buenos criollos, decimos: “eso no existe”, “es estúpido”, “no tiene sentido, piensa”. Ya en la edad moderna se problematizó las posibilidades del conocimiento. Por lo tanto, ¿es acaso Nino Ramos un heredero de la revolución cognitiva de la realidad? La Montaña, es una obra marcada por el espíritu infinito del filósofo, es decir, buscar el principio de todas las cosas, el origen de la existencia, el porqué de la realidad. Porque, sí, la variedad del amor, la venganza, el odio, y el conocimiento de lo absurdo, son una amalgama perfecta que sintoniza con la otra cara de la moneda de Lima: la zona muda, boba y llena de tesoros: la Amazonía y el monte.

Quisiera fumarme en estos momentos un mapacho, para inspirarme y escribir un mejor prólogo, de lejos, del presente que pretende presentar e introducirlos al mundo de lo desconocido, la verdad que calla bajo la sombra de un árbol de plátano o mango, porque ahí se encuentra, bajo las ramas, le esencia misma de esta antología. Puedo ser un zorro, correr por el bosque y buscar mangos para alimentarme, pero soy Javier, y en tanto tal, solo puedo aullar en la prosa. Estoy frente a la computadora, redactando estas líneas para inmortalizar –si se puede– la presente obra, que, con todo el amor y entrega universales, busca marcar sus corazones y perspectivas.

Esto solo puede darse gracias al cansancio urbano y trillado de Lima y sus contrariedades, dadas por la imitación foránea de la cultura. Aquí no queremos alinearnos, no queremos perdernos en una vorágine del río Amazonas, por el contrario: queremos vivir eternamente bajo la sombra de un árbol de mango, o al acecho de las melodías del monte. Eso somos: zorros y brujas del bosque.

Un cuento: LA PELUQUERA Y EL MARINO

El primer día que lo vi, apareció con un niñito igualito a él. Era su hijo. ¡Igualito, amiga! Claro que, porque es su papá, deben de ser idénticos… pero yo me sorprendí al ver que ese pequeñín podría transformarse en un hombrazo (1) como el padre. Tú sabes, de vez en cuando una fantasea cosas así de inútiles.

¿Por qué me pones esa cara? ¿Acaso no es verdad, loquita? Tú crees que después de ese día nunca más regresó. ¡Ja! Volvió, amiga, ¡volvió! Tampoco es porque quiera creerme, pero en este pueblo nadie corta el pelo mejor que yo, nadie. Perdona, amiga, que te diga eso. Yo sé que tú también cortas el pelo muy bonito.

Ahí mismito donde estás sentada, ahí se sentó él. Me trajo a la criatura para que le corte el pelo. Ahí nomás me di cuenta de que era un hombre astuto. Quería que le corte el pelo a su niño para ver si soy buena peluquera, ¡ja! ¿Qué creía? A la Michella nadie la reta. Y menos si se trata de cortar el pelo.

El niñito se llama Nando. Su padre hasta nombre de macho tiene. Aníbal. Así se llama. No se llama Luis, para que le digan Luisa, o Carlos para que le digan Carla, o Michael para que le digan Michella, como a mí, ja, ja, ja, ja... Él es Aníbal. A ver, anda, métete con él. Encima es marino, pero retirado. Bueno, eso no importa, amiga. Cuánto ejercicio habrá hecho cuando estaba sirviendo. No vayas a creer que me he enamorado de un hombre casado. ¿Que si sé si está casado? No lo sé, amiga, pero ya tiene a un pichoncito(2)  y yo ahí no me meto. Pero te cuento…

Ese día el pelo del niño me puso en aprietos. Es bien rulocito, tú le cortas en un lado que no es y… pues tú sabes que con los lacios sí se puede. Le dejas un hueco en la cabeza al ñañito y su padre… ¡Ay, que me mataba si se lo dejaba pelacho!(3)

Con paciencia, amiga. Así tuve que hacerlo. Y su padre, ahí donde estás tú, sentado mirando el espejo y dándome indicaciones, ¿puedes creerlo? ¡Ja! En este pueblo nadie corta mejor que yo el pelo. Ni una mujer, amiga, y eso te consta. Perdóname que te lo diga de nuevo, pero recordar eso me llena de coraje. Pero ya, como te decía… me daba indicaciones, que un poquito más bajito aquí, que ahí ya está perfecto. Para eso, mejor le hubiese cortado el pelo él en su casa y no me lo traía, ¡caramba!

En un momento, me fastidió tanto que le dije que me dejara trabajar tranquila. Yo pensé que se molestaría, pero se rio y me dijo que así son todos. «¿Así son todos?», le pregunté. Medio que se puso serio, pero ahí nomás le dije que yo era única, y se volvió a reír. Hasta el niño también se rio.

La cosa es que, cuando terminé, me dijo que volvería. Y así pasó.

Esa vez el hombre llegó oliendo a trago. Ahí supe que le gustaba su clarito. Ahí me mató la ilusión, amiga. ¡Yo no quiero un hombre que me esté tomando en día de semana-a-a-a!... Te digo, era lunes y ya estaba tomado. Lo recbí nomás. 

Tú sabes que cobro barato por el corte, pero ese día todo, ¡to-do! me salió caro.

Sentadito donde corto el pelo, me dijo si podía traerle una cerveza. Y yo que le obedezco, como si fuera mi marido. Le traje una heladita y se puso a tomar mientras le cortaba los rulos. Me contó de dónde venía, quién era su “pareja” … ni te imaginas quién es. También me dijo que le gustaba el clima, y que no tanto le molestaban los moscos y los zancudos. Le sorprendía la lluvia, porque allá donde nació no llueve así, ni en sueños. Lo único que no le gustaba es que aquí todos somos resentidos y medio envidiosos. Yo creo que sí, chica. Pero lo somos con razones, no por locas.

Y es ahí que me contó que un día trajo un televisor de Lima. Tú sabes que aquí nadie tiene eso, amiga. A las justas unas radios todas viejas y a pilas. Pero el hombrazo este se había traído una desde allá para que su hijo viera dibujos. Y por joderlo le respondo: «Acá los niños van al campo, no se sientan a ver dibujitos», pero para qué le dije eso. Ahí nomás me calló la boca diciéndome que el primer día que prendió la televisión hubo tanta gente que hasta de las ventanas se ponían a ver. Luego me contó que uno de sus vecinos pasó diciéndole chambón.(4) ¡Pero para qué! Espérate nomás, que te digo que el señor tuvo razón. Después empezó a hablar de su vida en Lima, de sus amigos, de la mujer que dejó para venirse a vivir acá al monte. ¿Puedes creerlo, amiga?, ¿nosotros vivir en el monte? Ahí medio que ya me estaba molestando. Lo peor fue cuando me dijo: «Oye, cabrito,(4) anda a traerme otra cerveza». ¡Ja! ¡Para qué me buscó! ¡Ja! Para qué me buscó.

Fui a traerle una cerveza heladita. Estaba sonriéndole toda linda, mientras ahí seguía dándole y dándole a la cerveza. Pero cómo es ¿no?, habrá estado ya medio embalado, que se fue quedando dormido, y ahí nomás aproveché. Chambón(5) de mierda. ¿Cabrito? Nadie me trata así en este pueblo donde soy la única peluquera gay. Adivina qué hice. ¿No adivinas? Le dejé hueco hueco(6) la parte de atrás de su cabeza, y adelante todo bien lindito. Lo desperté cuando todo estaba listo. Encima pagó y me dejó propina. ¡Ja! Chambón de mierda, se fue medio pelacho. Y tú sabes que ese pelo se le corta poquito nomás, como para ordenarlo y nada más. Se lo merecía ese chambón.

Desde ese día, amiga, ya no le veo. Pero, ¡ojo! No es porque no haya vuelto. Por eso estamos con la puerta cerrada, porque cada que se cruza viene a tumbarme la puerta a golpes. Pero yo no salgo, ni loca que fuera.

¡Ah! Y no sabes. Hoy su “pareja” me ha dicho que ha regresado de viaje y que sigue hablando de mí. Por eso la puerta está cerrada, amiga. ¿Ya ves? Ahí está. Pero no te asustes, chica, no te asustes. Ahorita termina de golpear la puerta y se va.

Tú sabes amiga, así son todos.

Glosario:

1. Hombre grande y fuerte.
2. Niño o niña menor de quince años.
3. Persona calva.
4. Persona presumida.
5. Diminutivo que se utiliza para referirse a una persona que es homosexual o no, pero en modo despectivo.
6. Expresión que refiere a que algo tiene muchos huecos. Se utiliza la repetición para aludir que la palabra base es abundante.

 





sábado, 3 de julio de 2021

PALABRAS DE OTOÑO, libro de poesía de Carlos Ernesto Orbezo



Carlos Ernesto Orbezo

Profesor de Arte y periodista peruano radicado en el estado norteamericano de Virginia desde 1989, donde dirigió el semanario en español La Prensa Metropolitana y fundó y editó la revista de entretenimiento VIDA Magazine. En Perú fue director de noticias de Radio América y por muchos años tanto en su país de origen como en los Estados Unidos desarrolló labores de promoción cultural para la comunidad latinoamericana. En los Estados de Virginia, Maryland y Florida, tuvo responsabilidades de productor y conductor de espacios educativos y de farándula para Tv por Cable y Radio Hispana.

Nació en el distrito del Rímac, Lima, pero creció y se formó escolarmente en el balneario de Barranco, Lima. Cursó estudios de Arte y Diseño en la antigua Escuela Nacional de Arte Dramático de Lima y en la Escuela de Teatro “Emilio Carballido”, dependencia del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura del Distrito Federal, México. Su formación como Comunicador Social fue desarrollada en el Instituto de Periodismo “Jaime Bausate y Meza” (hoy convertido en Universidad de Periodismo). 

En la actualidad Carlos E. Orbezo, quien adquirió la ciudadanía norteamericana, se encuentra retirado de su actividad periodística luego de veinticuatro años continuos en esta profesión. Las pasiones que mantuvo desde la década de los ‘80 fueron la dramaturgia y la poesía. Gracias a estas aficiones ha logrado cumplir una tarea hermosa en la difusión de sus trabajos literarios a través de redes sociales que le permitieron ser invitado como poeta y periodista a diferentes eventos por Iberoamérica, recorriendo países como México, Colombia, España y Perú. Autor de su primer poemario Las pecas de tu espalda, mayo del 2019 en Perú. Continúa escribiendo crónicas y obras de teatro. 

Palabras de otoño

El escritor Carlos Ernesto Orbezo, en su segundo poemario Palabras de otoño, acopia una fuente exquisita de textos que le da acceso al instintivo de vivencias que recoge y genera importancia no solo para el autor en la etapa de madurez, que todos los seres humanos desearíamos experimentar, sino que él mismo reviste y recrea los versos de fuego y mirra, los seduce ante el buen juicio de lectores y la escala de prudencia y sensatez. 

Palabras de otoño relata sus propios clamores, los más íntimos, los más internos, los hace que broten de manera fina para dar rienda suelta a lectores comprometidos con el criterio de una vida soñada, trajinada en delirantes periodos, son sus versos transitando la vida, propiciando la cordura y en ella se prevé una aprovechable vitalidad en el espíritu, los trazos del poeta son sus propios versos, al referirse al término “vejez” discrepa enormemente de la “vejez del alma”, y transporta a los lectores hacia sus  propias creaciones, hacia el arte de escribir en el espíritu, y la vivencia de purificar sus propios miedos marcando distancias, donde no sea “ilícito mirarse en el espejo “como contraste del tiempo.  

Esta nueva obra que lleva acertadamente el título de Palabras de otoño revela esa travesía de mirar  “palabras encontradas”, mirar la “piel encadenada cruzando puentes” en la mitad de los sueños. El autor perfila su propia “quiebra ante el espejo de su propia alma”,  frente a versos y abecedarios limpios y humanos, donde la nada queda al final silenciada.

Escribe Silvia Ortiz

El escritor Carlos Ernesto Orbezo en Palabras de otoño, hace credo de sí mismo su propia estancia, la vida suya discurriendo profundidades, es su propia voz, la de todo aquel que rebase cuatro paredes en campos diversos, la vida del poeta, su intrínseca actitud frente al espejo, sus errores, sus caídas, sus aciertos, su mágica forma de ver el calendario mordido por crepúsculos andares. El accionar propio del autor se mueve, la vida espiritual frente a edades que no pesan, y que ya porta serenamente.

El poeta recorre el espejo de sus propios años, invita cálidamente a esa mirada ausente de temores, se constituye en un duelo de conciencia plena y de seguridad del que anda, del que muestra su propio campo fresco, se halla así mismo en la timidez, y la vaciedad de sí mismo, sus años. Tenemos frente a nuestros ojos la capilla poética más certera del alma, ama y discurre por témpanos de frialdad en ese trajinar, y no se quiebra, ora sobre versos dolorosos, se conduele con el paso matutino de andantes, embalsamados andantes en la ofrenda misma del espejo.

El lector podrá descubrirse prontamente en ese binomio del que ofrece el autor, esa plegaria pastoral de gruesísimo formato, muy pocos escritores han podido perpetuarse en los ojos de lectores, de modo tan sencillo y con purificado escrito, ante ustedes este generoso aporte de justicia y benevolente rescate para el alma, Palabras de Otoño, lirismo sereno y arduo amor por los espejos.

Virginia, USA


Prólogo

Escribe Enrique Dintrans Alarcón

Y regalaré mi taza de café, las frutas mendigas de mi pluma

(del poema terrenal: “Palabras de Otoño”).

El escritor Carlos Ernesto Orbezo desarrolla sus escritos en la universalidad de los “otoños”, la generosa alfombra humana que se gesta como manantial en la exquisitez poética,  y es que a nuestro escritor le acompaña una fina intensidad y profunda gama emocional, deja abierta la mirada hacia los grandes misterios de la existencia humana, y la notoria intención de hacer perceptible aquellas verdades que “el alma calla”, no obstante, nos hace partícipes de una maravillosa conciencia, los “períodos del alma”, los “otoños del silencio”, una vez más es el lector o grupo de lectores que determinarán los quejidos nuevos que se sumen a la colosal invitación del “otoño en marcha”. 

En este segundo poemario titulado Palabras de otoño, es el mismo escritor quien traza un camino minucioso y distintivo hacia la acertada experiencia vital del otoño. La obra suya emerge, con una conciencia lúcida, cromática y descriptiva de lo que parece ser un ciclo, un movimiento vital, donde el balcón mismo del otoño se asoma con experiencias luminosas y desgarradoras. La voz del  poeta irrumpe en cada verso,  adopta distintas estancias emocionales, celebra e impulsa un registro vigoroso de sus recuerdos, olvidos y pasiones, cruza fronteras, levanta visiones, se examina a sí mismo con sorprendente naturalidad, transparencia y plática. Los sentidos quedan perpetuados y los  lleva al asombro mismo de la edad, de tal forma que es imposible no asombrarse, ni sentir empatía por lo que representa. 

Por otro lado existe en la poesía viva del autor, una conciencia del proceso histórico universal, donde la voz lírica le permite reconocerse y haberse perdido en jardines babilónicos, arañando sus propias alas, divagando su canto ante “huesos pensativos”, el poeta de la “danza plena” adjunta sus pasos lentos, su voz también es “voz hambrienta de secretos arrinconados”, es  culpa desesperada digiriendo preguntas, una voz que se siente golpeada “en sus propios versos”. El poeta Carlos Ernesto Orbezo, afirma haber caminado por calles imperfectas, vestido de blanco, desesperadamente de blanco, ridículo y desértico, irremediablemente sensible, se ofrece así mismo como “testigo inquebrantable” y poeta del “alimento interno”, él mismo cabalga y olvida abecedarios, desenreda idolatrías  encadenadas a tierra de nadie.  

Frente a lo sagrado y la expectativa de lo divino, no puede ocultar cierto trato con registros de lo religioso, muy recurrente a lo largo de sus escritos, pareciera una veneración meritoria del “mirarse por dentro y en otoño”, así se observa que recorre su largo peregrinaje, y es la poesía, su poesía la que intenta cruzar puentes en que el tiempo se disuelve como ocurre en el poema “Un día”, y así, “un día cualquiera, de visitas inesperadas”, un día en que quizá llueva, o que quizá nunca llegue, en el que el poeta “olvide cerrar puertas”, o “la memoria se escandalice”, y es que esa voz, su voz ha vivido tanto, que “ha llorado sobre sábanas santas” y traza silenciosamente porque “hay lluvias festivas en copas de vino”, y “por los besos y versos de todos los viernes santos”. Sin embargo hay un quiebre de esta alma peregrina que, no renuncia a un declarado compromiso de escribir “plegarias en las cenizas”, escribir “las miserias del alma sobre lluvias de hambre”.    

Y como varón del amor, deja una enseñanza mayor, amar y respetar a la mujer, dejando de lado ese torbellino de crímenes en que se mata y se atropella a cada mujer del mundo. Su voz se levanta ante el festejo por la mujer “como revelación del amor”, presenta una relación amorosa hacia la mujer, su esposa a quien describe en la libertad de las ataduras y culpas, la mujer que ama señala el autor “la que limpia con besos de fruta mis mejillas golpeadas / la que todo lo transforma y glorifica / la que alimenta sus ojos en la ruta de la inocencia y todo, todo lo desnuda”. Es esa mujer, su esposa, la que esculpe milímetro a milímetro el otoño de los sueños, la mujer de la sonrisa autentica, su esposa, la mujer que considera serenamente hermosa, ella la que imagina locuras de fuego y de siempre emancipada culpa, ella la que goza en sus brazos como niña, y en “otoño”, en otoño, en todos los otoños, eso espera.  

Por otro lado y en perfecta sintonía y registro introspectivo, el poeta refiere a la “Madre”, a su propia madre y en ella a todas las madres. Le perturba ver partir algún día a su propia madre, y de seguro confía eternamente en los otoños de los hijos y el cuidado de sus madres, eso cree, eso anhela, por eso escribe: “espérame en el faro de las conductas olvidadas”, espérame “cuando marches al paraíso de los mundos felices”, la madre, a quien quiere escoltar, a quien revela incansablemente ser dueña de sus adentros, de sus avances, de saberse y saberse vivo de verdad y en “otoño”, pues ella le ha dado el poder de una mirada que le ha llegado como una visión “bendita” de la tierra, una visión acústica de vivir y de vivir en la libertad de cada ruego.   

Palabras de otoño de nuestro autor Carlos Ernesto Orbezo, nos invita a la consolidación de esta tierna, y espléndida plegaria por la vida en “otoño”, adherirnos, y a sumar de por si en nuestras sociedades el arte de vivir el “otoño de palabras” de nuestro interior, nos ofrece vida, y la danza jubilosa en la esfera del cristal de nuestras edades, nuestro interior, nuestras vivencias, ahora en medio de un mundo recargado de ausentes “otoños”. Este poemario podría sumarse a las casas de hogares donde la lectura se haga baluarte de tantos y tantas angustias de “otoño”.

Santiago, Chile.

Febrero, 2020.

MUESTRA POÉTICA

CAMINOS IMPACIENTES

Y aquí estamos...
gaviotas embriagadas,
abriendo alas a la realidad
de nunca aborrecer inocencias,
liberando condenaciones,
eliminando canciones de fuego
en oraciones matutinas,
sujetando costumbres
en cada silencio transparente
de latidos eternos.
Gaviotas embriagadas...
hoy estamos sin gemidos
rescatando memorias intensas,
horas de promesas bailables,
miradas enmascaradas
sin nombres excluidos,
palabras huecas,
letras traviesas impacientes,
arrojando monotonías
de voces incorregibles.
Y aquí estamos...
bajo lluvia de letras egoístas,
sacudiendo cansados secretos,
con las ansias de creer
que hay espinas y sueños
en el camino libertario
de juramentos ardorosos...
y es que somos peligro
bajo el humo de viejos árboles,
sin violines encendidos.


ESTE DÍA

Este día...
que no es un día cualquiera
en el otoño de mis cantos...
hay líneas blancas
en las huellas del reloj,
en páginas coloreadas
que alimentan fantasmas,
en lo profundo de mis paisajes
de luces intermitentes,
de cruces en la frente.
Líneas blancas
en los sonidos bendecidos
de la inocencia,
en la sangre transformada
en vino tinto de viejos siglos,
en lágrimas o lluvia,
sin abecedarios peregrinos
por el viento musical
de mis años perdidos.
Este día...
que no es un día cualquiera...
escribiré sobre alborotos
del cansancio
cuando desgarro la mente
de todo lo fatal en los huesos.
Líneas blancas...
en la rabia del camino
que roba los auxilios
de ventanas abiertas.
Solamente este día
en el otoño de mis danzas,
de hierba húmeda,
de banderas ahogadas
cada mañana sin medallas,
con las manos apretadas
en los bolsillos, 
robando el frío a las sombras, 
crucificado en mis letras.





REHÉN DE VOCES, libro de poesía de SILVIA ORTIZ




Silvia Ortiz 

       Nació en Arequipa, Perú. Posee estudios de doctorado en administración de empresas y maestría en gestión de la educación. En 1996, coordina la presentación del libro Trinos y aleteos en Lambayeque, Perú y en dicho evento, juramenta como Directora de Relaciones Exteriores de la Casa Nacional del Poeta, Chiclayo. Ese mismo año, presenta su primera plaqueta La casa vacía. En 2011, fue declarada Visitante Ilustre en Cajamarca. En 2012, fue reconocida y nombrada Huésped Ilustre en el VI Festival de Poesía Cielo Abierto, Barranca. Ese mismo año, le fue otorgado el Diploma de Mérito por su aporte cultural en el I Encuentro de Escritores en Ica. En 2013, fue nominada Huésped Ilustre en Cajamarca y recibe Diploma de Honor por su valiosa participación literaria en el IV Festival Internacional de Poesía, Cajamarca, y en ese mismo año presenta su poemario Los Nudos de la noche en la V Feria de Libro Zona Huancayo. En 2014, obtiene el Diploma de Honor en el Festival Internacional de Poesía por la Paz, Lima y participa en el Encuentro Poético del Quincuagésimo de la Creación del Instituto Raúl Porras Barrenechea, Lima. En 2015, participa en el Primer Encuentro de Escritores Peruanos en los Estados Unidos en Washington, D.C. 

       Sus obras aparecen publicadas en las siguientes antologías en Perú: De quenas y bandoneones (2011), Ontolírica del viento (2011), Fiesta del amor (2013), el VIII Festival Internacional de Poesía por la Paz (2014), Humanipoetimente (2014), Más allá de la palabra (2015). A nivel internacional, sus poemas fueron incluidos en antologías tales como el I Encuentro Internacional de Poetas en Valencia, España (2015) y Miradas sin tintes de piel, México (2016), Viaje de Poetisas Hispanas hacia el Mundo Árabe, Jordania, (2016), Poetas Latinoamericanos en los Ojos de la India, India (2016). En 2014, sus poemas fueron publicados en las revistas literarias peruanas Delirium tremens, Abrazomar poetierizado y Palabra en libertad  y, en 2016, en la Revista azahar de Colombia y la Revista internacional Galaktika poetiké ADUNIS, Albania. Es autora de los poemarios Los nudos de la noche, 1ra edición (2013), La ceniza de otro Dios (2014), Ojo de pez I (2014), La fresa de tu boca (2015), Los nudos de la noche, 2da edición (2015) y Ojo de pez II – Humanidad arañada (2015), La casa del silencio (2019). Ganó el Premio Mundial a la excelencia Literaria en el II Congreso Mundial de Escritores "MIGUEL DE CERVANTES", de Orlando, Florida (2016). Diploma de Honor por su Destacada Labor Literaria y Aporte Cultural en el Mundo, Agencia de Prensa Internacional APREINT, Barcelona, (2019). Recibió Homenaje en la Revista letrare ATUNIS (2017). Algunos de sus poemas fueron traducidos al inglés, francés, italiano y bengalí.

Recensione di Teresa GENTILE

L’amore, l’amicizia, la misericordia, la fede sono chiavi di volta per dar voce a chi non ha voce e che per tanti motivi si vede costretto a rinunciare a una vita familiare, sociale e professionale normale perchè catalogato come «schi - zofrenico» e posto tra esseri in cui, e non per loro colpa, l’anima è prigioniera di una affettività alterata, di gelosia immotivata, di scissione tra pensieri ed azione, di allucinazioni uditive e visive, di deliri di persecuzione, di disordini nel linguaggio, di catatonie che li rendono inquieti, ed in continuo stato d’agitazione, depressione, irritabilità, disperazione e con voglia crescente di ricorrere al suicidio. Ebbene, la nostra Silvia Ortiz dedica la sua poesia proprio agli schizofrenici ed a noi. Ci parla della loro tristezza, della loro solitudine, della loro malinconia. Si sofferma sulle loro famiglie che soffrono e di istituzioni specializzate che con professionalità si impegnano perchè avvenga una ottimale inclusione sociale dopo un periodo di opportune cure e mutamento d’ambiente di vita e di occupazioni motorie.

I versi di Silvia Ortiz sono ispirati, appassionati e animati da particolare vibrazione quando ci parlano di una politica disumana che sceglie la via del silenzio su tale complesso problema sociale che pure ha radici profonde. Infatti, alla base dell’insorgenza della schizofrenia è proprio un contesto sociale privo di regole giuridiche ed etiche e sempre più violento, criminale destabilizzante, frustrante e discriminante. Ciò nelle persone più fragili e sensibili causa l’insorgenza di paure, senso d’oppressione, inadeguatezza, irritabilità esasperata, disperazione, manie suicide o omicide. Come conseguenza ogni regola viene eliminata, impunemente è distrutta ogni forma di bellezza e vengono soffocati gli ideali ed i sogni più belli, ogni speranza e ogni umana certezza. E’ logico che troppe tensioni, troppe paure incontrollate portino a comportamenti irrazionali, fragili, incomprensibili e provochino scissioni gravi tra pensiero, memoria, percezione, mitezza e violenza.

Vero irrinunciabile psichiatra, - ci avverte Silvia Ortiz - dovrà essere ogni padre perchè : sempre più gli si richiederà d’esser forte, di dare non solo un esempio etico adamantino ma di educare i figli ad esser ligi a regole precise per crear stabili argini tra le frontiere del bene e del male. Più egli sarà un eroe del quotidiano e più i figli diverranno coraggiosi, forti, capaci di non esser sconfitti dai falsi miraggi della violenza e da illusori pseudomiti offerti dalla società odierna. Questa preziosa poetica di Silvia Ortiz è puro flusso di luce e merita d’esser letta perchè è prezioso seme di vita nuova.

Italia, 2017 

Recensione di Teresa GENTILE 

(Traducción libre del texto en la contraportada)

«El amor, la amistad, la misericordia, la fe son claves para dar voz a aquellos que no tienen voz y que por muchas razones se ven obligados a renunciar a una vida familiar, social y profesional normal porque se clasifica como "esquizofrénico", y colocado entre seres en los cuales, y no por su culpa, el alma es prisionera de una afectividad alterada, de celos desmotivados, de una división entre pensamientos y acciones, de alucinaciones auditivas y visuales, delirios de persecución, de desórdenes en el lenguaje, de catatons que los hacen inquietos, y en un estado constante de agitación, depresión, irritabilidad, desesperación y con un creciente deseo de suicidarse. Bueno, nuestra Silvia Ortiz dedica su poesía a los esquizofrénicos y a nosotros. Nos habla de su tristeza, su soledad, su melancolía. Nos habla sobre sus familias que sufren e instituciones especializadas que se comprometen profesionalmente a garantizar una inclusión social óptima después de un período de tratamiento adecuado y cambios en el entorno de vida y las ocupaciones físicas. Los versos de Silvia Ortiz están inspirados, apasionados y animados por una vibración particular cuando nos hablan de una política inhumana que elige el camino del silencio en este complejo problema social que también tiene raíces profundas. De hecho, la base de la aparición de la esquizofrenia es un contexto social sin reglas legales y éticas y un criminal cada vez más violento, desestabilizador, frustrante y discriminatorio. Esto en las personas más frágiles y sensibles provoca la aparición de miedos, una sensación de opresión, insuficiencia, irritabilidad exasperada, desesperación, manías suicidas u homicidas. Como consecuencia, se eliminan todas las reglas, cada forma de belleza se destruye con impunidad y los ideales y sueños más bellos, toda esperanza y toda certeza humana se sofocan. Es lógico que demasiadas tensiones, demasiados temores incontrolados conduzcan a comportamientos irracionales, frágiles e incomprensibles y causen serias divisiones entre pensamiento, memoria, percepción, suavidad, violencia. Silvia Ortiz, una verdadera psiquiatra, nos advierte que tendrá que ser cada padre más y más: se le pedirá que sea fuerte, que dé un ejemplo ético inflexible, que brinde reglas precisas a sus hijos para crear fronteras estables entre las fronteras del bien y del mal. Cuanto más es un héroe de la vida cotidiana, más valiente, fuerte, capaz de no ser derrotado por los falsos espejismos de la violencia y por los pseudomitas ilusorios de la sociedad actual. Este precioso poemario de Silvia Ortiz es puro flujo de luz y merece ser leído porque es la mitad de una vida nueva.» 

Italia, 2017


MUESTRA POÉTICA

XXIV

La historia virreinal no es la misma 
en el invierno de malvas   
no es la misma en el histórico dolor
no es lo mismo el paso relámpago
con mecánica costumbre 
el deslinde en la demencia 
como caja de cartón
no es lo mismo 
un árbol deshecho por la deshonra  
en el motín que acompaña  
al arco iris en el cauce de improperios
no es lo mismo. 
La belleza libertaria no es la misma 
se equivoca cuando evoca consuelo 
en la efigie falsamente levantada 
no es lo mismo 
el pavor estudio inexacto 
en novelas extintas en la sociedad del terror
no es lo mismo la observancia de la calma 
en su propio vaivén latido   
no es lo mismo 
las flores en la antorcha 
en los dulces que invoca 
hoy tu boca.

XXXIV

Me dijeron que me cubra 
de los tiempos bajo auroras
del insomnio cuentagotas
son los golpes que recibo casi a diario
son los versos de este trago medicinal 
son cuidados en merienda libertarias 
¡contra el gluten!
¡contra el gluten!

Me dijeron que me calme  
que me arrope de soberbias 
en acceso de los grillos en la noche, 
la herida es baraja frente hospitalaria 
de comer y de beber en el gluten 
conviven traiciones de mi mente 
nula calma. 

Me dijeron de antemano
que los bosques gigantescos 
aseveran que vigile la comida
que los pépticos ingresaron con engaño
es el gluten el bandido y la probable
causa mental en el juego de la vida 
y en la rima sensibilidad
sensibilidad al gluten.


PRÓLOGO

Escribe Carlos Ríos Cuadros

        Son como gotas de agua, como rocío del alba, como las flores que tienen aromas indelebles, así son los versos de Silvia Ortiz que con suave movimiento se esparcen en el firmamento y cae un paradigma como cisma de la física en quebranto, y se levanta un constructo rebelde con cantos de voces que lloran, ríen, sufren, protestan, mueren y muerden la miseria humana; son los versos del fervor humano y de la atrevida visión social. Silvia logra capturar el color del dolor de la escisión de la mente humana en que se derraman matices del delirio, del semblante sombrío, de la mirada esquiva, de los caminos torcidos. 
        Sorprendente la aventura poética de rodar un poemario, donde la sensibilidad y todos los sentidos se hincan ante la agudeza de los nervios desnudos de la escritora Silvia Ortiz, donde se describe la historia de los enigmas dolientes del alma y de la psiquis, como ordena las líneas y los hitos que al iniciar la lectura de esta singular obra titulada Rehén de voces convertida a partir de hoy en una clase maestra de un trastorno mental, llámese esquizofrenia u otro, donde expone con versos límpidos el abandono social y familiar, la ausencia del afecto y amor, la calidez del apretón de manos y del abrazo, de las frases que dicen estoy cerca y te quiero.  
        La poeta Silvia Ortiz tiene la virtud de coger con las manos la vaciedad del alma humana y lograr decantar lo que ellos dicen en voces altas, en gestos de apatía, en noches de insomnio que yacen tirados en sombras, en voces que te hablan muy quedo al oído, llegando a inflamar versos que sueñan y rompen silencios de labios sellados que torturan incendios de voces que nacen y nacen. 
Un trabajo extraordinario sucumbir, caer moribundo, ingresar al fondo del desorden mental, despojado de todo e iniciar una relación tan real que los conceptos mudan al escuchar los murmullos tan claros, las voces que ordenan a sentir y escuchar los paladares hambrientos de mil necesidades inimaginables. Un acierto descabellado el de Silvia Ortiz al entregarnos un poemario donde las luces se apagan y cae el telón para espectar en versos la historia real de un desorden mental.
        Leer esta obra es una invitación a un viaje del cual quizás no quieran retornar, yo aún no retorno, pues cada pedacito del poemario de Silvia Ortiz que engullí me tiene atrapado, porque  develó en mi conciencia la crudeza y las asperezas de las encrucijadas de los pacientes y sus verdades y el gran desatino de nuestras sociedades y sus conductores que padecen de una atrofia generacional para escuchar y observar el gran tema de la salud mental. No deja de llenarme de asombro como guía mi sensibilidad cada verso y postular nuevos conceptos para acercarme con más seguridad a una charla y encontrar el punto de equilibrio anhelado. Me han dado claros criterios la valiosa obra de esta escritora, cuyos versos emergen de saber mirar y escuchar. 
        Este poemario es un buen instrumento que impulso desde ya para que se convierta en una obra de lectura de todos los actores que participan en la atención de quienes padecen problemas de salud mental y para todos los interesados. En la actualidad la medicina está caminando senderos deshumanizados y necesitamos desde diferentes áreas del saber humano aportes que nos acerquen y recuperemos los procesos de humanización. Considero que este poemario recoge una vasta expresión del sufrimiento de quienes transitan y viven sumergidos en las frías celdas del anonimato y el olvido, de fácil entendimiento, constituyéndose en un poemario terapéutico liberador.
        Esta obra marca un hito dentro de la poesía que compromete a Silvia Ortiz a proseguir el trabajo iniciado en la salud mental, conservando sus postulados críticos y los versos que tiñen a los seres insensibles y a la sociedad y su mercantilismo para ser fácilmente identificables.
        Los críticos sabemos que el modelo neoliberal lo que toca lo convierte en un negocio y no escapa a esto la salud y la educación. Entendemos que salud es por principio un derecho universal con el cual nacen todos los hombres, es inalienable e irrenunciable y el estado debe preservar ese derecho universal, pero la realidad es terrible al ver morir seres humanos de inanición y tanta crueldad no cabe al ver a otro con un desorden mental, totalmente olvidado y que caminan como zombis por las calles de las urbes y en los pueblos olvidados alejados viven como topos perdidos por los montes y cerros, encerrados dentro de ellos mismos.
        Al revisar documentos de la especialidad de psiquiatría no hay hallazgo de construcciones poéticas que disequen la mente humana y sus vicisitudes como lo logra Silvia Ortiz con sus versos, alcanzando dimensiones poco conocidas del que se desprende ideas y conceptos que encontrarán con naturalidad donde anidarse y empezará una reproducción exponencial y una generalización de esta agudeza cognitiva plasmada en versos, pues se sumará al quehacer cotidiano y sensibilizará los latidos del alma y su visión, en una plática donde el encuentro terapéutico sea lineal de dos seres desnudos de prejuicios, doliente y terapeuta. Los instrumentos terapéuticos nacen de políticas de salud pública sinceras, conjuntamente con los gestores que desarrollan su experiencia en el campo, tomando el material más humano, y allí justamente engarzan las notas musicales del poemario Rehén de voces.
        Amigo lector se trata simplemente de humanizar el trato con los dolientes del alma y una reestructuración del pensamiento de la sociedad, que es una tarea de todos, de la humanidad entera, porque las grandes contribuciones como la de la escritora y poeta Silvia Ortiz marcan nuevos paradigmas de conceptualización de la mente humana.

 Psiquiatra (Lima, Perú)

EPÍLOGO

Escribe Antonio Rivas Carreño

        El problema con la poesía es que su intención es la de no ser clara, pues como ya tengo dicho, usa un orden en las palabras distinto al de la vida cotidiana, pues intenta describir imágenes que no existen pero que despierten en el lector reacciones muy reales, o puede incluso en ocasiones no tener otro objetivo que el de experimentar con sus propios sonidos, sin que sus palabras tengan un sentido lógico. El lector tiene que interpretar a su capricho lo que el autor quiere transmitirte o le deja en una ligera nebulosa a veces para que aquél adapte el  mensaje a sus propias inquietudes o anhelos, pues el contenido o mensaje en poesía, sobre todo cuando se escribe en verso libre, resulta a veces indescifrable. Y el motivo es debido a que están “escondidos” en las metáforas, una de las más bellas figuras literarias en lengua española. ¿Y qué es una metáfora? Bien, la metáfora es una figura de significado, una especie de comparación que puede ser de dos clases: pura e impura. La metáfora pura resulta del empleo de una palabra o frase con significado ajeno al suyo propio en base a una relación de semejanza, ejemplos: (Y paso largas horas oyendo gemir al huracán/… Entra en el torrente que te reclama/… Recojo con las pestañas sal del ojo y sal del alma). En cuanto a este último ejemplo la comparación es bien clara: sal del ojo es igual a “lágrimas” y sal del alma equivale a “angustia”, por tanto ya sabemos dónde podemos esconder poéticamente las lágrimas y la angustia. Así de simple. En cuanto a la metáfora impura, ésta se produce cuando la comparación aparece con elementos gramaticales ausentes. Un ejemplo: “Las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba…” (Falta “son como”)

        Bien, en este poemario de Silvia Ortiz se nos introduce, de alguna forma, en la esquizofrenia y en el trastorno bipolar. La esquizofrenia es un trastorno mental que precisa, para ser diagnosticado, de la presencia de dos o más de los siguientes síntomas: ideas delirantes: pensamientos que no corresponden con la realidad. Alucinaciones: percepción de sonidos, visiones o sensaciones olfativas o táctiles que nadie más percibe. Lenguaje desorganizado o incoherente. Comportamiento gravemente desorganizado. Síntomas negativos: introversión, empobrecimiento afectivo, apatía y déficits cognitivos (problemas de atención, memoria, concentración o capacidad de planificación). En cuanto al trastorno bipolar, antiguamente conocido como psicosis maníaco depresiva, es un trastorno caracterizado por la alternancia de fases de euforia con fases depresivas. Es importante no confundirlo con las variaciones del estado de ánimo reactivas a factores del entorno, que ocurren en breves períodos de horas o días y que son debidas a determinados rasgos de personalidad. En el trastorno bipolar, las fases de euforia o depresión, si no se tratan, pueden durar semanas o meses y no guardan necesariamente relación con problemas del entorno. Actualmente el trastorno bipolar se considera como un espectro de diversos trastornos, categorizados en cuatro tipos distintos: trastorno bipolar I, trastorno bipolar II, ciclotimia y trastorno bipolar no especificado, que reflejan distintas formas de presentarse la alteración cíclica del ánimo.

        Con un lenguaje pleno de expresión poética, Silvia Ortiz nos viene a demostrar en su obra que el mundo de la esquizofrenia en manicomios u hospitales psiquiátricos no es otra cosa que un pálido reflejo, que una humilde sombra de la cotidiana, áspera, entrañable y dolorosa realidad, donde nos introduce en un mundo tétrico, frío y oscuro, que es el hábitat del paciente mental con el ánimo de acentuar el contraste de la frágil humanidad de los enfermos con la enorme carga de injusticia que suponen las condiciones ambientales que sufren, y que ella describe con evidente maestría, las cuales penden constantemente sobre la cabeza de los pacientes, como una espada de Damocles, por cuanto de marginación sociológica suponen las condiciones infrahumanas que se ven obligados a soportar.

        Con ello, Silvia Ortiz no hace más que mostrar al lector su actitud de irritada protesta, ante un mundo negro y cruel, sin duda motivado por el inconformismo de la propia autora ante las constantes actitudes de injusticia con que la sociedad martiriza a los marginados en los hospitales psiquiátricos.

España, 2018






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