La Montaña de Nino Ramos Panduro, Hipocampo Editores 2022.
Escribe: Mario Suárez Simich
La educación tradicional ha acuñado en el imaginario nacional que el Perú está “dividido” en tres regiones naturales: costa, sierra y selva. Esta división se ha arrastrado, en consecuencia y en este caso, al estudio de la narrativa; de esta manera, durante mucho tiempo y hasta hace poco, la visión crítica de los textos ha sido analizada como si en realidad se hallara separada en compartimientos estancos sin conexión entre sí y, en otros casos, como si fueran excluyentes. Evidentemente, para la rica y compleja realidad histórica, social y cultural de nuestro país, este tipo de visión resulta mezquino y es insuficiente.
Entendiendo que la totalidad de la
producción narrativa nacional tiene un “sentido”, “valor” y “criterios de
unidad” como conjunto, resulta más práctico, metodológicamente hablando, buscar
estas características en los universos representados en ella; ya que, por
ejemplo, es tan narrativa de la costa el universo de A. Valdelomar, como el de
Antonio Gálvez Ronceros siendo ambos diferentes. Existen, pues, muchos más
universos narrativos (narrados o por narrar) que regiones naturales. En 1938
Pulgar Vidal lanza su tesis sobre las ocho regiones naturales que es la
aceptada hoy; sin embargo, esta nueva división no ha borrado de nuestro
imaginario las tres originales.
Antes que estas ocho regiones fueran
validadas e incluidas en los programas de estudios, ya se hablaba de una
“región” no señalada por Pulgar Vidal a la que solemos denominar de manera
general “montaña”; que no es ni coincide, necesariamente, con la selva alta o
baja descrita por nuestro insigne geógrafo y que escapa a los criterios de
pisos altitudinales u otros usados por él. Es más bien la invención de un
espacio, en un primer momento imaginado, que se fue construyendo con “noticias”
de un territorio virgen donde se asientan, en un primer momento, colonos
extranjeros y luego nacionales, donde se van configurando grupos sociales
diferentes a los de la costa, sierra y selva.
Claro está que, desde mediados del siglo
XIX, inicio de las primeras colonizaciones, a la fecha, en lo que denominamos
“montaña”, se han desarrollado ciudades pujantes como Oxapampa o Pozuzo. Sin
embargo, la “región”, el espacio geográfico, sigue recibiendo colonos y con
ellos la épica de transformar las zonas vírgenes en polos de desarrollo. Este
proceso ha generado nuevos universos que la narrativa peruana va registrando en
sus textos. Uno de ellos, de los últimos publicados, es el libro de cuentos La
Montaña, del escritor lameño Nino Ramos (Hipocampo Editores, Lima,
2022).
A pesar de que el lector irá dándose
cuenta mientras avanza en la lectura de estos cuentos, la primera virtud a
reseñar en este libro es su bien lograda unidad. Unidad lograda no porque las
historias tengan la misma temática, se refieran al mismo espacio geográfico,
porque tengan el mismo estilo narrativo o un similar tratamiento del lenguaje.
Sino porque en todos los cuentos, lo narrado en cada uno de ellos, se va ir
relacionando, entretejiendo, uno con otro para dar la sensación final de haber
leído, en cada historia individual, una parte de otra mayor que la totaliza; a
la manera que lo hace, por ejemplo, Oswaldo Reynoso en su libro Los
Inocentes. Mérito que hay que destacar por tratarse de un escritor
debutante.
Lo segundo a señalar es el universo que
Ramos recrea en este libro, un pie en la realidad y el otro en lo mágico, en un
equilibrio que evidencia una aprovechada lectura de las obras de García Márquez
y Rulfo. Un realismo mágico hecho a la medida para retratar la visión de unos
personajes que junto a sus creencias espirituales que llevan al nuevo escenario
de sus vidas, convive y se alimentan de las que encuentran en ese escrito. Los
sueños, los poderes de los curanderos o de las brujas, la cara fantástica de la
naturaleza y otros elementos se armonizan y sincretizan con la realidad “real”
de la vida cotidiana de la niñez a la vejez, pasando, claro está, a la edad en
que se descubre el amor.
El universo narrativo de La Montaña ha
sido escrito con un lenguaje efectivo, funcional, que no busca el preciosismo
innecesario porque sabe que está pintando un fresco antes que una miniatura;
que busca lo que resulte más eficiente para contar una historia, a la manera en
que pensaba Horacio Quiroga se debe utilizar el lenguaje: directo.
“Todos los que llegaron sabían que Mildré
engañaba a su marido, pero en ese momento dudaban de que haya tenido algún
motivo para matarlo. A fuerzas de exigencias, la mujer terminó por contar lo
que había sucedido. No le creyeron. Para todos los presentes era imposible
asumir que el doctor haya sido tan cobarde para preferir la muerte antes de
apalear a la mujerzuela -así comenzaron a llamarla-. (Pg. 83).
Nino Ramos ha pasado con nota su debut
como cuentista, le ha dado trascendencia al conjunto de cuentos que forman La
Montaña entretejiendo una historia con otra. Ha pintado su “aldea” para
representar su mundo y abierto en la narrativa peruana un nuevo y desconocido
universo literario. Es desde ya un narrador joven del que hay que esperar buenos
y mejores. Un libro que sin duda hay que leer.
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