VALORACIÓN
Andrés Mauricio Muñoz:
Cuando tuve la oportunidad de leer a Nino Ramos, becado por el Ministerio de Cultura de Colombia para un taller de escritura que impartí, me sorprendieron su devoción, entusiasmo y compromiso por las letras, dispuesto a andar un camino que lo regocija. Ese fervor se materializa ahora en esta colección de cuentos en el que prima la vocinglería popular, la atmósfera vital aunque sofocante de esos pueblos en los que reverberan la inquina, el amor y las pasiones. Gente que sabe quererse a su manera. Sus personajes son hombres y mujeres sabios, resabiados, arrieros, aferrados a la vida con la certeza de que la muerte acecha: Hombres dispuestos a vivir como un acto de gallardía, embriagándose o fumándose un mapacho ante los últimos alientos de un animal que agoniza.
Augusto Effio:
Llama la atención la serenidad y sabiduría de la prosa de Nino Ramos en este primer libro La Montaña. Un conjunto de cuentos en el que se recupera personajes y escenarios sin estridencia ni alardes. A Ramos le basta el viento, la llovizna y el follaje como fondo, también los augurios de moscos y zancudos, las brujas pacientes, los duendes que acechan todos los sueños y las madres que toman agua de quebrada para matar el hambre. Sin duda, una ópera prima que nos muestra una gran versatilidad narrativa.
Lizeth Rátiva:
Nino Ramos entrega doce episodios tejidos con maestría. Quien los lea se convertirá en un observador que salta entre generaciones para coleccionar detalles y develar una trama sólida e inadvertida que une a los protagonistas. La Montaña además es una joya, una brújula, un álbum de fotos narradas, que preserva las memorias de una familia y las tradiciones de un pueblo peruano. Un país que, a través de esta lectura, ya he empezado a recorrer.
Javier Flores Robles:
La prosa es el verso crudo, desnudo y libre de los atavíos arquetípicos. Es el arma perfecta para cazar la atención de los lectores sedientos de una realidad mágica, que irrumpa la cotidianidad de sus miserables vidas, en sentido kafkiano; el tedio o absurdo voluntarista, en la pluma de Schopenhauer. Acaso eso sea el arte: la mejor forma de respirar sin sentirse atiborrado de la podredumbre humana.
El escritor debe corregir la realidad, darles el matiz y retoque final a los acontecimientos del día a día. Sí, el escritor es un alquimista, el cual extrae de su alforja los principios secretos de la existencia. La magia, el sinsentido, el absurdo y la teoría de la nada, son los frijoles de cultivo del agricultor más noble y científico: el cuentista. ¿Quién es este? El cuentista es una especie de científico que observa, analiza, reúne y almacena todo tipo de información empírica; también es una especie de mago: invoca la ciencia oculta de la naturaleza, desde los misterios de la tierra, hasta los absurdos de la urbanidad, donde la lógica digital y cientificista pierde su razón de ser. Con todo esto quiero decir que, la presente antología tiene todo el mérito mencionado: irrumpe los estratos de la lógica comodina, estática y hogareña, para darle un sentido trascendente y extrasensorial a la realidad. En literatura, le denominan los críticos “realismo mágico”, es decir, cómo narramos la realidad desde un enfoque no tan racional, no tan occidental, sino, todo lo contrario: una perspectiva casi oriunda de nuestros pueblos ancestrales, tales como la lectura de hoja de coca, pasar el cuy y cómo no, el uso de la ayahuasca.
Sería mezquino decir que la presente antología no tiene atisbos de indigenismo, puesto que el marginado tiene un papel sumamente protagónico en los diversos relatos de la presente obra de arte. Es así, como Nino Ramos, le da un matiz de pintor veterano, a los diversos relatos que encontramos en la zona amazónica, lugar natal del autor, el cual se nutrió de una realidad paralela a la urbana.
Los presentes relatos, nos muestran una óptica ajena a nuestra mundanidad, donde como buenos criollos, decimos: “eso no existe”, “es estúpido”, “no tiene sentido, piensa”. Ya en la edad moderna se problematizó las posibilidades del conocimiento. Por lo tanto, ¿es acaso Nino Ramos un heredero de la revolución cognitiva de la realidad? La Montaña, es una obra marcada por el espíritu infinito del filósofo, es decir, buscar el principio de todas las cosas, el origen de la existencia, el porqué de la realidad. Porque, sí, la variedad del amor, la venganza, el odio, y el conocimiento de lo absurdo, son una amalgama perfecta que sintoniza con la otra cara de la moneda de Lima: la zona muda, boba y llena de tesoros: la Amazonía y el monte.
Quisiera fumarme en estos momentos un mapacho, para inspirarme y escribir un mejor prólogo, de lejos, del presente que pretende presentar e introducirlos al mundo de lo desconocido, la verdad que calla bajo la sombra de un árbol de plátano o mango, porque ahí se encuentra, bajo las ramas, le esencia misma de esta antología. Puedo ser un zorro, correr por el bosque y buscar mangos para alimentarme, pero soy Javier, y en tanto tal, solo puedo aullar en la prosa. Estoy frente a la computadora, redactando estas líneas para inmortalizar –si se puede– la presente obra, que, con todo el amor y entrega universales, busca marcar sus corazones y perspectivas.
Esto solo puede darse gracias al cansancio urbano y trillado de Lima y sus contrariedades, dadas por la imitación foránea de la cultura. Aquí no queremos alinearnos, no queremos perdernos en una vorágine del río Amazonas, por el contrario: queremos vivir eternamente bajo la sombra de un árbol de mango, o al acecho de las melodías del monte. Eso somos: zorros y brujas del bosque.
Un cuento: LA PELUQUERA Y EL MARINO
El primer día que lo vi, apareció con un niñito igualito a él. Era su hijo. ¡Igualito, amiga! Claro que, porque es su papá, deben de ser idénticos… pero yo me sorprendí al ver que ese pequeñín podría transformarse en un hombrazo (1) como el padre. Tú sabes, de vez en cuando una fantasea cosas así de inútiles.
¿Por qué me pones esa cara? ¿Acaso no es verdad, loquita? Tú crees que después de ese día nunca más regresó. ¡Ja! Volvió, amiga, ¡volvió! Tampoco es porque quiera creerme, pero en este pueblo nadie corta el pelo mejor que yo, nadie. Perdona, amiga, que te diga eso. Yo sé que tú también cortas el pelo muy bonito.
Ahí mismito donde estás sentada, ahí se sentó él. Me trajo a la criatura para que le corte el pelo. Ahí nomás me di cuenta de que era un hombre astuto. Quería que le corte el pelo a su niño para ver si soy buena peluquera, ¡ja! ¿Qué creía? A la Michella nadie la reta. Y menos si se trata de cortar el pelo.
El niñito se llama Nando. Su padre hasta nombre de macho tiene. Aníbal. Así se llama. No se llama Luis, para que le digan Luisa, o Carlos para que le digan Carla, o Michael para que le digan Michella, como a mí, ja, ja, ja, ja... Él es Aníbal. A ver, anda, métete con él. Encima es marino, pero retirado. Bueno, eso no importa, amiga. Cuánto ejercicio habrá hecho cuando estaba sirviendo. No vayas a creer que me he enamorado de un hombre casado. ¿Que si sé si está casado? No lo sé, amiga, pero ya tiene a un pichoncito(2) y yo ahí no me meto. Pero te cuento…
Ese día el pelo del niño me puso en aprietos. Es bien rulocito, tú le cortas en un lado que no es y… pues tú sabes que con los lacios sí se puede. Le dejas un hueco en la cabeza al ñañito y su padre… ¡Ay, que me mataba si se lo dejaba pelacho!(3)
Con paciencia, amiga. Así tuve que hacerlo. Y su padre, ahí donde estás tú, sentado mirando el espejo y dándome indicaciones, ¿puedes creerlo? ¡Ja! En este pueblo nadie corta mejor que yo el pelo. Ni una mujer, amiga, y eso te consta. Perdóname que te lo diga de nuevo, pero recordar eso me llena de coraje. Pero ya, como te decía… me daba indicaciones, que un poquito más bajito aquí, que ahí ya está perfecto. Para eso, mejor le hubiese cortado el pelo él en su casa y no me lo traía, ¡caramba!
En un momento, me fastidió tanto que le dije que me dejara trabajar tranquila. Yo pensé que se molestaría, pero se rio y me dijo que así son todos. «¿Así son todos?», le pregunté. Medio que se puso serio, pero ahí nomás le dije que yo era única, y se volvió a reír. Hasta el niño también se rio.
La cosa es que, cuando terminé, me dijo que volvería. Y así pasó.
Esa vez el hombre llegó oliendo a trago. Ahí supe que le gustaba su clarito. Ahí me mató la ilusión, amiga. ¡Yo no quiero un hombre que me esté tomando en día de semana-a-a-a!... Te digo, era lunes y ya estaba tomado. Lo recbí nomás.
Tú sabes que cobro barato por el corte, pero ese día todo, ¡to-do! me salió caro.
Sentadito donde corto el pelo, me dijo si podía traerle una cerveza. Y yo que le obedezco, como si fuera mi marido. Le traje una heladita y se puso a tomar mientras le cortaba los rulos. Me contó de dónde venía, quién era su “pareja” … ni te imaginas quién es. También me dijo que le gustaba el clima, y que no tanto le molestaban los moscos y los zancudos. Le sorprendía la lluvia, porque allá donde nació no llueve así, ni en sueños. Lo único que no le gustaba es que aquí todos somos resentidos y medio envidiosos. Yo creo que sí, chica. Pero lo somos con razones, no por locas.
Y es ahí que me contó que un día trajo un televisor de Lima. Tú sabes que aquí nadie tiene eso, amiga. A las justas unas radios todas viejas y a pilas. Pero el hombrazo este se había traído una desde allá para que su hijo viera dibujos. Y por joderlo le respondo: «Acá los niños van al campo, no se sientan a ver dibujitos», pero para qué le dije eso. Ahí nomás me calló la boca diciéndome que el primer día que prendió la televisión hubo tanta gente que hasta de las ventanas se ponían a ver. Luego me contó que uno de sus vecinos pasó diciéndole chambón.(4) ¡Pero para qué! Espérate nomás, que te digo que el señor tuvo razón. Después empezó a hablar de su vida en Lima, de sus amigos, de la mujer que dejó para venirse a vivir acá al monte. ¿Puedes creerlo, amiga?, ¿nosotros vivir en el monte? Ahí medio que ya me estaba molestando. Lo peor fue cuando me dijo: «Oye, cabrito,(4) anda a traerme otra cerveza». ¡Ja! ¡Para qué me buscó! ¡Ja! Para qué me buscó.
Fui a traerle una cerveza heladita. Estaba sonriéndole toda linda, mientras ahí seguía dándole y dándole a la cerveza. Pero cómo es ¿no?, habrá estado ya medio embalado, que se fue quedando dormido, y ahí nomás aproveché. Chambón(5) de mierda. ¿Cabrito? Nadie me trata así en este pueblo donde soy la única peluquera gay. Adivina qué hice. ¿No adivinas? Le dejé hueco hueco(6) la parte de atrás de su cabeza, y adelante todo bien lindito. Lo desperté cuando todo estaba listo. Encima pagó y me dejó propina. ¡Ja! Chambón de mierda, se fue medio pelacho. Y tú sabes que ese pelo se le corta poquito nomás, como para ordenarlo y nada más. Se lo merecía ese chambón.
Desde ese día, amiga, ya no le veo. Pero, ¡ojo! No es porque no haya vuelto. Por eso estamos con la puerta cerrada, porque cada que se cruza viene a tumbarme la puerta a golpes. Pero yo no salgo, ni loca que fuera.
¡Ah! Y no sabes. Hoy su “pareja” me ha dicho que ha regresado de viaje y que sigue hablando de mí. Por eso la puerta está cerrada, amiga. ¿Ya ves? Ahí está. Pero no te asustes, chica, no te asustes. Ahorita termina de golpear la puerta y se va.
Tú sabes amiga, así son todos.
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