martes, 7 de junio de 2016

Victoriosos vencidos, reciente libro de poesía de Antonio Cillóniz


ISBN 978-612-4082-42-9
antonio  cillóniz:
VUELTA A UNA POESÍA INTERHUMANA
Antonio Melis[1]

Los seis poemas aquí reunidos confirman y acentúan el carácter atípico de la poesía de Antonio Cillóniz dentro del panorama hispanoamericano de hoy. En esta época que ama autodefinirse como pospolítica, donde predominan el desencanto y el cinismo, vuelve a proponer un proyecto profundamente enraizado en los temas más candentes de esta fase histórica. Recupera el aliento de una poesía que prefiero definir civil antes que política, para evitar cualquier malentendido y cualquier confusión con una poesía declamatoria y panfletaria, que ha resultado siempre ineficaz para la política y para la literatura misma. O que, tal vez, puede ser caracterizada como poesía política a secas, si se vuelve a la etimología de la palabra, que la vincula con la polis y la dignidad del ciudadano.
En este caso, se trata de textos que iluminan aspectos decisivos del presente y de un pasado que sigue afectando con sus horrores la vida contemporánea.
En el primer poema —el único ya publicado en un libro anterior— el título alude a la doctrina Monroe que, a comienzos del siglo XIX, bajo la consigna ambigua que reivindicaba América para los americanos, prefiguró la política imperialista de Estados Unidos hacia la otra América recién liberada de la dominación española. Para llegar al núcleo central de este diagnóstico, el poeta emprende un largo recorrido, que empieza desde muy lejos.
La escena originaria es la conquista europea de América, que destruye o somete las poblaciones nativas y echa las bases del sistema imperialista. Cillóniz no duda en utilizar categorías que algunos consideran trasnochadas, en homenaje al sistema de la moda, que piensa exorcisar los hechos cambiando simplemente su nombre. El pecado de origen de esta relación perversa se encuentra en la iniquidad —para emplear la expresión de Bartolomé de Las Casas— que marca desde el comienzo la relación del mundo hegemónico con el mundo indígena americano.
Esta actitud se manifiesta a partir del siglo XIX en las agresiones contra los otros pueblos del continente, realizadas en nombre justamente de la doctrina Monroe. Pero luego esta misma voluntad de potencia empieza a afectar a todos los pueblos del mundo, en nombre de una supuesta misión salvífica del pueblo elegido. En la realidad, se trata de una coacción a repetir, que termina transformándose en un verdadero boomerang, puesto que la violencia genera otra violencia, en una espiral perversa, que ya no se puede detener. Las ruinas de las Torres Gemelas y sus víctimas son el resultado siniestro de una guerra desencadenada en todo el mundo.
A través de esta recuperación de una dimensión histórica, la poesía se ofrece como un instrumento para interpretar el caos contemporáneo. Pero cumple esta tarea no tratando de usurpar el papel de las ciencias sociales, sino justamente a partir de los instrumentos específicos de la poesía. Para emplear los términos de uno de los filósofos más sensibles a la dimensión estética, Giambattista Vico, Cillóniz consigue ese resultado utilizando la sabiduría poética.
El aspecto fundamental de continuidad con sus anteriores libros de poesía es la presencia de un estilo seco, esencial, casi austero. Todo elemento meramente decorativo queda drásticamente eliminado, en busca de la realidad profunda de los acontecimientos y de los mismos sentimientos. El lenguaje empleado mezcla con gran eficacia la materialidad, a menudo dolorosa, de los hechos con la dimensión simbólica, consiguiendo una fusión perfecta entre las dos instancias.
Este mismo equilibrio se encuentra en el segundo poema, dedicado a la experiencia de los campos de concentración y de exterminio nazis. Es inútil subrayar la dificultad tremenda de enfrentarse con este tema, pero al poeta —como ya lo vimos— no le falta el valor. Pesa, sobre este concentrado de horrores, la idea de su inefabilidad, también por el riesgo de incredulidad que conlleva su representación, como nos ha aclarado de manera desgarradora uno de sus testigos más altos, Primo Levi. Pero influye, al mismo tiempo, la célebre frase de Adorno sobre la imposibilidad de hacer literatura después de Auschwitz.
Para Cillóniz estas razones constituyen, en cambio, un estímulo para emprender su hazaña poética, a partir de un estilo iterativo que subraya rítmicamente su viaje en el infierno. La memoria de los textos bíblicos, que establecen un contrapunto con la tragedia contemporánea, le ayuda a proyectar esos acontecimientos en una dimensión universal, fuera de la contingencia. Pero, al mismo tiempo, dentro de la catástrofe universal que los campos de concentración representan, —donde al lado de los judíos, no se olvidan los presos políticos, los gitanos, los homosexuales— destaca una catástrofe particular, que no tiene remedio ni catarsis posible. Los internados españoles sobrevividos, cuando se abrieron las puertas del Lager con la llegada de las tropas aliadas, no pudieron recuperar su patria, puesto que la habían perdido con la guerra civil.
Con el tercer poema, “En esta nueva Arcadia”, entramos directamente dentro del presente sombrío del mundo de hoy. El poeta acepta un reto una vez más extremadamente difícil: tratar poéticamente uno de los temas más antipoéticos, o sea el dominio creciente, tentacular, de la finanza en el mundo de hoy. Desde el mismo título aparece la dimensión irónica, como antídoto contra las pretensiones de estos poderes oscuros de presentarse como benefactores de la humanidad.
En este poema vuelve a proponerse también la relación dialéctica con la obra de Vallejo, que ha alimentado desde sus comienzos el itinerario poético de Antonio Cillóniz. Una vez más el poeta elige el camino no de la imitación —que resultaría fatal— sino del diálogo creativo con ese monumental paradigma del pasado reciente. Construye así un equivalente original, relacionado con nuestro presente, de algunos de los Poemas humanos, donde se reflejaba con toda su carga de sufrimiento la crisis de 1929. Dentro de las diferencias estilísticas entre los dos poetas, el elemento común es una capacidad análoga de restituir en términos poéticos la dimensión física del dolor. En ambos casos, a la frialdad de los datos estadísticos se contrapone el sufrimiento real de seres humanos concretos, y no de abstracciones simbólicas.
“Nada ni nunca nadie” representa desde el mismo título el triunfo de la negación. En este poema el lenguaje dominante es el que se refiere al mundo del circo. A partir del célebre lema romano “panem et circenses”, símbolo antiguo y siempre vigente de la demagogia, la estafa cometida contra los pueblos del planeta aparece como un juego perverso. En este universo artificial, los personajes se presentan “con sonrisas y lágrimas pintadas”, como los payasos. El poeta actualiza la imagen antigua del “gran teatro del mundo”. Es un escenario donde las que dominan son las leyes del mercado, que significan una agresión continua contra los débiles. Es el teatro donde triunfa la distribución inicua de la riqueza, una mesa donde a los damnés de la terre le tocan sólo las migas que dejan los que se hartan en un banquete cínico.
A partir de este cuadro siniestro, se levanta la voz de los millones que no tienen nada. Pueden por lo menos echarles en la cara a sus opresores que no necesitan de ellos. El sistema democrático tan exaltado (al punto de exportarlo con las armas) es un mero disfraz del poder real. Lo mismo vale para los políticos y para los que administran la justicia en forma parcial y clasista. Por eso ha llegado la hora para “que hagamos trizas vuestros sortilegios y espejismos”. En el gran teatro del mundo reina la mentira, pero las víctimas ya no se resignan a su destino. Dentro del poemario, y a pesar de la secuencia de negaciones ya destacada, este texto es el que en forma más explícita llama a la lucha.
En esta representación dramática de la escena contemporánea no podía faltar la tragedia de los que huyen de la guerra y de la miseria. El título, “Condenados a la Atlántida”, expresa una dolorosa ironía. La Atlántida no es hoy el continente perdido del que hablaba ya Platón, buscado durante siglos por la imaginación europea. Ahora es el horizonte donde se acaban las esperanzas de los prófugos. Los que no terminan su vida entre las olas del mar, tienen que enfrentarse con los muros y las alambradas levantados por los que defienden su estilo de vida de los asaltos de estos desesperados. Incluso para los que consiguen llegar a la “tierra prometida”, se abre otro calvario interminable. El poeta no olvida ninguno de los detalles espeluznantes que llenan las crónicas de este éxodo. Consigue así que el lector advierta, junto con la indignación moral, todo el aspecto material del dolor.
La experiencia del sufrimiento reúne las insidias ancestrales del mundo natural con las del “bípedo y bimano lobo” del mundo moderno. Así todo un universo humano tiene como única opción la de pasar de un infierno a otro infierno. El horror de hoy propone una analogía impresionante con los acontecimientos de un pasado reciente, que parecen no haber servido para nada. La ironía se hace a cada paso más dolida, como en el juego verbal entre “descolonizar” y “deshumanizar”. Es un crimen que tiene, por otra parte, raíces lejanas, en la ya recordada iniquidad lascasiana. Así como existe una continuidad perversa entre la tragedia de la esclavitud y el racismo contemporáneo. Al final del poema, el naufragio de los prófugos adquiere la dimensión universal de un naufragio de la misma humanidad.
El breve poema que cierra el libro, como lo sugiere su título, tiene como objeto el oro de las Indias. Todas las crónicas de la conquista de América están llenas de esta obsesión, destinada más al puro despojo que al enriquecimiento de la potencia colonial. El galeón hundido es el símbolo de una tragedia grotesca. El poeta subraya esta dimensión con la imagen mitológica del Rey Midas, pero de un Rey Midas fracasado. Termina postulando una suerte de reversión de la historia, que permita a los se hundieron en el barco de tener una muerte digna, no asociada al saqueo. La imagen de este naufragio establece así un contrapunto entre el pasado y el presente. Para utilizar las palabras de un peruano de hoy, Aníbal Quijano, es el triunfo de la colonialidad del poder, que sigue representando hasta hoy una cadena para los pueblos.
Con estos seis textos de Antonio Cillóniz, la poesía recupera su capacidad de ahondar en la historia dramática de nuestra época y de reanudar la relación profunda con el espíritu comunitario. Una vez más, coincide con el querer “interhumano” celebrado por César Vallejo.




Las razones poéticas
de Antonio Cillóniz de la Guerra

María del Carmen Sotillos Rubio[2]

La crítica literaria del Perú —salvo algunas excepciones— ha situado la obra de Antonio Cillóniz siempre como perteneciente a la generación del 70, quizás debido fundamentalmente a la obtención del premio Poeta Joven del Perú en 1970 y a su inclusión en la antología Estos 13 (Lima, 1973) de José Miguel Oviedo (Lima, 1934), aunque también es verdad que tanto el propio Oviedo en el prólogo de dicha antología lo sitúa como “marginal” (p. 19), al igual que Ricardo Falla (Lima, 1944) en Fondo de fuego. La Generación del 70 (Lima, 1990) lo califica de insular (p. 82), calificativos ambos que a nuestro entender reconocen cierta distancia de su obra respecto a la poesía de la generación en que se pretende ubicarlo.
Alejandro Romualdo (Trujillo, 1926-Lima, 2008) en “La marginalidad inaugural de A[ntonio]. C[illóniz].”, prólogo al libro de éste, La constancia del tiempo (Lima, 1990), afirmó lo siguiente: “En 1967, publicado en Madrid, aparece Verso vulgar, el primer libro de un joven poeta que, como Oquendo de Amat, salió del Perú sin alejarse de sus problemas y sus posibilidades. En esta obra de Antonio Cillóniz se prefiguran las características que la crítica ha señalado como propias de la Generación del 70 o, más exactamente, del 68. Pero dentro de esta promoción compuesta por una tendencia gregaria de agrupaciones poéticas y otra de marginalidad silenciosa, Cillóniz pertenece a ésta última” (p. 7).
Aunque no faltaron otras apreciaciones en algunos de los prólogos a los diversos poemarios incluidos en la edición completa de la poesía de Cillóniz en 1992, La constancia del tiempo. (Poesía 1965-1992).
Víctor Fuentes (Madrid, 1933) en “Maravillas y espantos de nuestro tiempo”, pórtico de Contra la condena de las flores afirma que “la marginación o ex-centricidad de Antonio Cillóniz es (hoy en día, en que los centros se hunden o son desbancados por los márgenes) una posición privilegiada (p. 168).
Teodosio Fernández (Robles de la Valcueva, 1949), por su parte, en “La rebeldía frente a un destino adverso”, prólogo a Después de caminar cierto tiempo hacia el Este, es más explícito. Cillóniz observaba su patria desde la distancia, y eso resultó determinante para su quehacer literario: la distancia hizo de él un poeta especialmente interesado en la geografía y en la historia, tal vez como ningún otro de su generación (p. 51), hecho que exigía una expresión acorde con su añoranza de la infancia y de la armonía, de los orígenes y de la tierra peruana […] Cillóniz optó por un lenguaje a veces difícil, rico en oscuridad y en imágenes, en el que no es raro percibir reminiscencias afortunadas de la poesía americana de ascendencia prehispánica (p. 52), riqueza [que] marca también las distancias que mediaban entre Cillóniz y la mayoría de los miembros de su generación (p. 53).
Finalmente, Antonio Melis (Vignola, 1942), en “La espada de Damocles de la poesía”, proemio para Como espadas de Damocles, ahonda clarificadoramente en la especificidad de la poesía de Cillóniz al vincular su concepción artística o escritura con su pensamiento o visión del mundo: Desde sus comienzos, lo que llama la atención del lector en la poesía de Antonio Cillóniz es su acento profundamente ético. Este rasgo peculiar, junto con otros componentes, vuelve problemática su colocación dentro de un cuadro generacional o de un grupo poético. A mitad del camino, desde el punto de vista cronológico, entre los poetas del 60 y los del 70, se aleja en realidad de ambos. La esencialidad expresiva lo lleva de manera irresistible hacia una poesía empapada de pensamiento. Se coloca así dentro de una tendencia más universal de la poesía, la que rechaza toda barrera entre sentimiento y reflexión […] es evidente la presencia de una raíz ascética en la base de esta elección. Hay una suerte de rechazo explícito de todo abandono a la ola musical, en nombre de un discurso poético áspero, que corresponde a una realidad dramática. Sin embargo, no hay ningún mimetismo ingenuo. Cillóniz no puede ya identificarse con la ‘poesía comprometida’, por lo menos en su acepción tradicional e inmediatista. Su compromiso es a largo plazo, y se identifica con una búsqueda incesante y sufrida de la verdad (p. 279).
Tal vez esas singularidades, fruto del carácter periférico o, si se prefiere, marginal o insular de la poesía de Antonio Cillóniz, sean la causa de la dificultad en clasificar esta poesía que —como dice Víctor Fuentes— no encaja dentro de los esquemas generacionales del Perú ni en los de la Península (op. cit. p. 168) y esa falta de adscripción a grupos o generaciones por parte del poeta hace que se traduzca muchas veces en otra marginación, esta vez la de la escasa difusión de su poesía, razón del silenciamiento que cuestiona Vicente Cervera Salinas (Albacete, 1961) en “La nueva Atlántida de Antonio Cillóniz” (Guaraguao, año 18, n.º 47, 2014, pp. 208-209), reseña a Heredades del tiempo (Buenos Aires, 2012), última edición de la poesía completa de Antonio Cillóniz, en los siguientes términos: Hay razones, decía el gran Pascal, que la razón no entiende. Yo añadiría: hay sinrazones del tiempo a las que el corazón —y la razón— renuncian. He tenido, como docente en la materia de poesía hispanoamericana, ocasión de comprobar cómo a lo largo de las últimas décadas se han sucedido antologías de poesía peruana, española o hispanoamericana, donde en el catálogo extenso y voraz de sus nominados, se omitía siempre, brillando al fin por su ausencia, el nombre de Antonio Cillóniz. Siendo Cillóniz poeta de la materia, del tiempo y sus desgastes, de la ironía romántica y amarga que nos persigue como sombra insondable, y de la razón poética que ha dominado buena parte de la lírica más valiosa de la segunda mitad del siglo XX y del comienzo del nuevo milenio, resulta todavía más enigmático el descarte.
Cillóniz ya ha respondido a esas “sinrazones del tiempo” a las que alude Cervera Salinas, en una entrevista publicada el viernes 17 de octubre de 2014 en Internet (brazaldelasletras.blogspot.com.es) al afirmar que en Francia la nacionalidad de los poetas la marca siempre y sólo la lengua y no su lugar de nacimiento; una antología poética francesa incluye a Léopold Sedar Senghor o a Aimé Césaire, mientras que una antología poética española excluye a los diversos poetas hispanoamericanos (Rubén Darío —y posiblemente algún otro— es la excepción que confirma la regla); hasta Federico de Onís llamó a su célebre compilación poética de habla castellana Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932) y, digo yo, ¿por qué nos parece normal meter en el mismo saco de hispanoamericana a Argentina y México y no también a España?; ¿es fruto de un eurocentrismo español, que no ve la diversidad americana, distinguiendo únicamente la suya? Y ésta es la clave, porque el exilio no significa exclusivamente un trasterramiento del suelo patrio (con la riqueza formal y temática que ello entraña, como hemos visto) sino un desterramiento de ambas literaturas, de la española por considerársele extranjero y de la de su propio país por su silenciamiento en España.
Creemos que Cillóniz responde a partir de su propia experiencia, hecho que podemos corroborar consultando la cronología que Carlos García-Bedoya Maguiña incluye en su Periodización de la literatura peruana (Lima, 1990), donde podemos comprobar (y hemos consultado la edición de 2004) que Cillóniz únicamente aparece en 1990 por la publicación en Lima ese año de La constancia del tiempo y no figura en los años en que apareciera el resto de sus obras. Así, no recoge ni Verso vulgar (Madrid, 1968) que sería pertinente por ser su primera obra publicada—, ni Una noche en el caballo de Troya (Madrid, 1987) que obtuviera el Premio Extraordinario de Poesía Iberoamericana, en 1985, concurso convocado para autores españoles, portugueses e iberoamericanos—, ni la edición de Barcelona de La constancia del tiempo que incluye tres poemarios más respecto de la edición de Lima y que vio la luz en la conocida y prestigiosa colección “El Bardo de Poesía” tan sólo dos años después, en 1992—, ni sus últimas publicaciones de ese momento, Un modo de mostrar el mundo (Madrid, 2000) y Según la sombra de los sueños (Madrid, 2003); pero tampoco recoge sus otras obras publicadas en Lima, esto es, Después de caminar cierto hacia el Este (Lima, 1971) que obtuviera el premio Poeta Joven del Perú en 1970 conjuntamente con Álbum de familia de José Watanabe, que sí figura en la cronología cultural de 1970, o Los dominios (Lima, 1975). Este hecho habla muy poco en favor —no de Cillóniz ni de García-Bedoya— sino de la cultura peruana en general y en particular de su crítica literaria, que sólo percibe la inmediatez, incluso hoy que vivimos en lo que se ha venido a llamar “la aldea global”, en una inexplicable ceguera o miopía de la que Cillóniz y el propio García-Bedoya son en todo caso sólo sus víctimas.
La obra poética de Antonio Cillóniz ha crecido a través del tiempo no sólo en extensión —en la actualidad su obra abarca treinta y seis poemarios distribuidos en nueve libros o volúmenes— sino en calidad; haciendo propio el decir de ValéryLe poème, cette hésitation prolongée entre le son et le sens, es decir, “El poema, esta duda prolongada entre el sonido y el sentido”— pues Cillóniz, edición tras edición, ha ido modificando su obra, aumentándola con nuevos poemarios y revisando los poemas anteriores hasta ir presentando de ellos, finalmente, versiones si no acabadas al decir de Valéry sí mejores que las anteriores, fruto del propio tiempo en cuya constancia ha logrado —porque Cillóniz abandona sólo temporalmente sus poemas— una mayor rotundidad expresiva y una profundidad de pensamiento también mayor, consecuencias ambas a su vez de una notable maduración personal en el ámbito poético y vivencial.
En este sentido, podríamos destacar —al margen de las puntuales supresiones, amplificaciones o sustituciones dentro de muchos poemas en cada edición, al hilo de un acrecentamiento de su pericia en el manejo de las técnicas poéticas en la expresión y a la par de una profundización en los pensamientos o sentimientos expresados— la general reestructuración de los poemas, primero agrupándolos en secuencias poéticas —precedidas sus partes de una correlación numérica— y posteriormente con la sustitución de dicha numeración (que más que dar continuidad a las secuencias las partía) por unos simples asteriscos que sirven de sosiego.
Lo que resulta evidente en todos los estadios de la poesía de Cillóniz es la correlación dialéctica —posiblemente consecuencia de su propia experiencia social, política e ideológica— entre la visión del mundo que ofrece y la concepción artística que emplea (y esto es lo que muchos otros críticos han calificado anteriormente como coherencia o persistencia ética en su poesía), aunque no debemos ignorar que dentro de dicha correlación dialéctica se produce también una síntesis de la tradición literaria europea y la aborigen e incluso un sincretismo entre ciertas formas métricas clásicas, ya que casi todos los versos de Cillóniz se asientan en los principios quevedianos de la silva —y una asimilación de la versificación latina— al extender el concepto de rima de las literaturas románicas más allá de la simple fonética o del final del verso (en palabras de Samuel Levin, “formas equivalentes en lugares equivalentes”) o, por último, las conquistas formales de las vanguardias, aunque en aquella perspectiva que él denomina “vanguardia transcendentalista” en “Aproximación a las fuentes de la poesía de César Vallejo” (Guaraguao, año 18, n.º 47, 2014). Según Cillóniz, la vanguardia trascendentalista consiste en conservar las formas vanguardistas (en sus diversos estilos y técnicas) pero modificando su funcionalidad textual, de modo que el referente histórico extraliterario se haga más visible para ser objeto de una denuncia social o política (p. 64) porque ahora lo que se pretende no es la destrucción de la referencialidad a través de un discurso ilógico y hermético, como expresión del absurdo de la existencia y del carácter irracional de la vida; en dichas obras hay una clara actitud de denuncia de un referente que es bastante reconocible (p. 66).
Todo ello nos ofrece como resultado estar ante una de las obras poéticas más significativas y representativas de la actualidad, tanto en el restringido contexto de la poesía hispanoamericana como en el más amplio de la lengua castellana, pero al mismo tiempo nos permite percibir su polivalencia histórica y geográfica, que le hace pertenecer dignamente y con justicia al ámbito de la poesía en general.





[1]        Catedrático de Literaturas Hispanoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras de Siena, donde también enseña Civilizaciones Indígenas de América..

[2]          Profesora titular de Lengua, Cultura y Civilización Francesas en el IES Siete Colinas de Ceuta. 

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