Fernando Ribeiro Saldaña
Lima, 1977. Es abogado de profesión, egresado de la Pontificia Universidad Católica del Perú y también integrante del grupo poético Rara Avis.
Rodolfo Ybarra dixit:
UN RELÁMPAGO LLAMADO POESÍA
Las crepitaciones del papel ante el fuego. El combustible de la imaginación haciendo leña y ceniza un mundo que nos contempla y es contemplado. El amor, el odio, la distancia, el recuerdo o las reflexiones como destellos en versos que son también abrasiones en la piel de quien lee o es leído. Así va construyendo Fernando Ribeiro Saldaña un corpus que se adentra en la conciencia del hombre, cava en el centro de un mundo cuasiapocalíptico y emerge desde las piedras o aerolitos incandescentes que caen perpendiculares como bombas de racimo y se convierten en poesía.
Es el primer hombre en la Tierra que se asombra por el paraíso perdido, la lava volcánica, las estrellas fugaces o la invención del fuego que es también la búsqueda de la iluminación que, por antonomasia y por oposición dialéctica, es la abolición de las sombras, las tinieblas o la develación del conocimiento o alegoría de las cavernas platónica. Acaso discernir no es también iluminarse, bañarse de luz (o lux) en el que “creer, saber y conocer” tienen significados distintos y a veces contradictorios, tal y como lo propone Luis Villoro en uno de sus libros.
Pero el poeta enciende su propia antorcha y se asoma a la irrealidad del tiempo donde a la vez que alumbra se transmuta en hacedor de sombras porque la palabra es también lo que no se explica o lo que se convierte en metáfora, figura, tropo no solo con fines estéticos o de belleza sino porque hay un mensaje potente, santo grial o piedra filosofal, logos, que es necesario proteger o poner al nivel de los iniciados. Algo que no obstante tener un origen religioso al modo de san Agustín, san Bernardo de Claraval, san Francisco de Asís, san Buenaventura o santo Tomás de Aquino, ha devenido en objeto místico esencial, candelabro o luz-trascendencia y farol en el mundo gnoseológico.
Quizás por eso, Ribeiro Saldaña aplica, seduce o conspira con las llamaradas, el humo, los bosques, las piedras, las iguanas (o la salamandra alquímica), noches, estrellas, espumas, brumas, mareas y demás elementos de la naturaleza que tienen la vibración y reflejo inmanente del rapsoda que canta y alcanza su ataraxia en un medio hostil, imago mundi, guiado por la mano de otros iluminados, entre ellos Jhon Milton, Diógenes de Sínope, los simbolistas franceses o el gran Rilke por no mencionar a los postpuristas.
Al final como una hoja encendida o como un monje tibetano todo arderá para ser purificado o porque simplemente “Dejé de buscar en la obscuridad / ahora todo resplandece”. Es decir, el problema poético, si es que hay uno en este manojo de poemas, nunca fue el objeto en sí, sino, como casi siempre ha sido, con los poetas y los artistas, es el sujeto quien observó un mundo en llamas que era-es su propia vida de luz insondable al menos para quien se acerque a la fragua: “Fuego que brota del delirio y el diamante, / flama que destruye la certeza; / el incendio interior que extingo en el poema.”
Solo dejemos abierta la puerta o la ventana para que el relámpago nos alumbre y esta lírica delicada y trabajada, renglón a renglón, cumpla con su noble papel de mostrarnos los diamantes de una lengua que se desata, avanza y se hace sol o foco incandescente ante lo efímero de la existencia o una realidad que nos devuelve la palabra, fin supremo y absoluto del rapsoda. Quizás como apuntaba Octavio Paz “las imágenes se oyen”, pero hay también imágenes que incendian o refulgen y se elevan en llamaradas, pues esta es la Sedición del Relámpago: un relámpago llamado poesía.
SOMBRA ARDIENTE
Incendio la noche
la noche que gira, el torrente afilado
el frenesí de tu frente.
Quietud de las ondas, vibración, ola que ruge;
aúlla furiosamente en las branquias.
Sólo espero renacer en el metal y la espuma;
en la plenitud de la piedra
y el delirio. Luz que mina la oscuridad
en una fuga de pájaros de agua,
como mineral de agujas en la sien, y mil derrumbes
en los huesos.
El temblor del espejo que bulle como el huracán,
y asesina
como el insecto bajo la piedra: escorpión de sueño
que disipa la angustia de tus ojos.
Sin embargo, no destruyas las ramas, el cráter de luz
ni la imagen enterrada en tus venas.
Cuando yaces perdido
en la instantánea marea en mil epifanías congeladas
como sombra que arde coléricamente
como un puñal en los ojos.
ABSORBE LA SOMBRA
Absorbe la sombra, el cristal roto
la arteria fugaz, el triángulo seco;
la furiosa materia del tiempo
arremolinarse entre tus ojos.
Oh inmanencia, nutre de ramas el insomnio
pervierte el metal evanescente del humo
y el astro en la mejilla,
y eclipsa la palabra aniquilada
entre la piedra. Danza oscurecida, invencible visión
de inútil sombra entre la nada.
Diamante asesino, nudo que brota entre los dientes:
razón huracanada, extinguiéndose
ácidamente en el fuego
como piedra que lacera el aire.
INTENSIDAD
Perviertes las luces, seduces al rayo,
niegas la voluntad del relámpago.
Agua que refleja un pensamiento,
volátil sombra, manantial que fluye.
Marea de diamante que penetra la noche,
transforma al pájaro destruido en el poema,
en purísima rama incandescente.
MISTERIO
Has silenciado la música,
soñado la violencia.
Purísimo ramaje que surge
del desvarío.
Pez que incendia las aguas,
has renunciado a la eternidad,
al misterio; convertido la angustia
en agua cristalina:
en belleza que la noche nos prodiga
sin saber por qué.
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