Miguel Gutiérrez:
“La mayoría de las historias de Colina Cruz se erigen como una suerte de memoria colectiva de Guaranguillo, una aldea olvidada de la región de Jaén, en que junto al dolor, la violencia, la desolación se halla también el matiz humorístico de la comedia humana rural. Los personajes que son como sombras, como siluetas difuminadas o fantasmales, adquieren sustancia a través de la voz de los distintos narradores, voces que dan cuenta, casi siempre en un tono expiatorio y aun de conjuración, de la violencia subversiva y contrasubversiva, del peso de la superstición y la intolerancia aldeana, o de la iniciación degradada del sexo y el descubrimiento de la muerte y de la levedad y futilidad de los actos humanos. Pero lo que confiere mayor jerarquía artística a Colina Cruz, no son las historias en sí mismas sino la textura de la prosa, fresca y precisa, con que Teófilo Gutiérrez ha sabido tejer las voces narrativas de sus deleitables cuentos.”
Raúl Jurado:
“En Colina Cruz hay un buen uso de la coma retórica, el encantamiento de la oralización en boca de los personajes, la simpleza enumerativa para desarrollar la tensionalidad de la fábula, el recurso de lo cotidiano que depara sorpresas e historias en Guaranguillo, prosa fotográfica como instantáneas coloridas. Colina Cruz en su brevedad es un libro que marca con fuego los ojos del lector. Colina Cruz no es un libro para ser tragado, ni digerido sino para ser cosido en la mente diríamos parafraseando al viejo Bacón.”
Alicia Santos: "Teófilo Gutiérrez Jiménez, autor de Colina Cruz, estudió en la GUE San Miguel de Piura y literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha publicado el libro de cuentos Tiempos de colambo(Sanval, Lima, 1996) y cuentos en revistas diversas. También fue periodista en los diarios La Voz, La República, Ojo y en la Revista Somos de El Comercio. En 1989 obtuvo el Tercer Premio de Cuento Copé y en el 2004 el Primer Premio de Cuento 500VL-Municipalidad de Lima. Es creador del sello Hipocampo Editores. Nació en Jaén, pero desde los 9 años vivió en la calle Libertad, cuadra 1, frente al Teatro Municipal de Piura, y frecuentó a diario la casa del tío Néstor Martos Garrido, como le decían cariñosamente los jóvenes de entonces. Amigo de los mangaches de la Junín, los últimos. Este libro retoma la escritura dejada hace años para publicar otros libros de diversos autores de la literatura peruana. Publicamos Colina Cruz como un reconocimiento al autor-fundador por su calidad literaria fuera de toda duda.
Antonio Gálvez Ronceros:
Tratándose de un libro de cuentos no es común que, además de la calidad de cada cuento, el conjunto logre construir un universo particular cuyas notas den la certeza de la autenticidad. Este logro es mucho menos común si se trata del primer libro de un autor. Teófilo Gutiérrez, en ésta su primera obra orgánica, ha logrado construir ese universo, lo que permite declarar con satisfacción que con ello la narrativa corta resulta enriquecida en sus mejores frutos. Tres son las notas esenciales de las historias de esta colección: conflictos de la vida cotidiana, ámbito de pequeño poblado que tiene muy cerca la flora y el desierto, y entrega de los hechos a través de la voz de los protagonistas. El tratamiento revela madurez: sentido de la estrategia en la distribución de los hechos, puntualidad en los recursos de estilo, pertinencia de la coloquialidad en el lenguaje de los protagonistas y funcionalidad de los datos de ambientación local. Pero estos recursos narrativos, operando sobre aquellas notas esenciales, no habrían cuajado con autenticidad un universo de la vida de provincia, sin esa actitud poética que se funda en la identidad del espíritu del autor y el espíritu del universo que postula.
Miguel Ildefonso:
Colina Cruz no es solo el rescate de la memoria; en sus historias seremos testigos de cómo la violencia es capaz de reinventarse para acabar con los últimos vestigios de la inocencia. La destreza narrativa de Teófilo Gutiérrez nos hará vivir –cual iniciados– esos momentos cruciales del Perú en que esta violencia deja ver su rostro antes de ejecutar a la víctima, allí en esos pueblos desolados, en donde lo raro, lo extraño y el asombro aún pervivían.
Carlos Rengifo:
El arte del cuento, por su extensión y precisión, requiere de ciertas claves y sugerencias para que el cuadro presentado adquiera intensidad y profundidad. Pero no bastan solamente las técnicas, menos el artificio; en el meollo, es la historia la que finalmente impondrá su ritmo y dirección, y la que seducirá o desalentará al lector. En Colina Cruz, la vida humana corre con la soltura quieta que la da la palabra, y el ambiente rural que baña todos los cuentos deja, por instantes, un hálito de melancolía. Los personajes –seres sencillos, en contacto directo con la naturaleza– se enfrentan sin remilgos a su destino, y es en aquel destino donde se hilvana la visión del autor, que no es para nada fatalista, sombría, ni poco edificante, sino más bien de una sutileza irónica, parejada con un rango aleccionador.
domingo, agosto 22, 2010
TEOFILO GUTIERREZ Y SU COLINA CRUZ EN TIEMPOS DE LETRA
RAÚL JURADO PÁRRAGA
“Al comenzar la noche no se oyó ningún balazo y no hubo alboroto de perros, pero sí un endemoniado croar de sapos en la orilla del río cercano a la casa de los Ruiz.” Así, de sugerente se presentan las primeras líneas del cuento Pincelada que integra el breve libro: Colina cruz (Hipocampo Editores, 2009) de Teófilo Gutiérrez Jímenez. La construcción oracional muestra el escenario de la historia a desarrollarse. Nos pica la curiosidad por saber que le sucede a los Ruiz y el narrador va configurando el espacio dialógico entre Pablo Ruíz y su mujer: “-¡hombre apaga la luz! / El giró los ojos hacia el umbral de la puerta del dormitorio, donde estaba la mata de sábila colgada y amarrada a un clavo oxidado por una cinta de tela roja. Una hoja se estaba secando./ -¡malagüero- le dijo ella/ -¡tonterías – dijo él. Se seca porque las hojas también mueren alguna ve. Nacerán otras, y así , sucesivamente.“ La tensión del fatalismo y la muerte se muestran como máscaras de la soledad, la superstición, el olvido, el recuerdo. Teófilo Gutiérrez con “oficio de narrador” y con una prosa minimalista va estructurando la memoria de los moradores de “Guarangillo” un olvidado lugar ubicado en Jaén. Colina cruz no es un libro de cuentos más, es un libro de cuentos bien escritos. En el cuento: la mujer de Antonio Claros la historia recrea desde la escritura “la oralización de esos personajes”: “no que decían que la mujer tenía las piernas como patas de saltamontes”, •”como que tenía cola de mono y pezuña en lugar de un pie” Coloquio y chisme una mirada de censura y de “mal-decir” colectivo que tensiona la actitud de hombre que se aleja y esconde su “felicidad” fuera de ese enjambre de “enjuiciamientos” . Colina Cruz en los diez cuentos que la conforman nos es un libro más sino un libro que confirma la destreza narrativa de Gutiérrez quien ya el año de 1995 había editado su libro: “Tiempo de Colambo” con siete cuentos admirables, por el tratamiento minimalista del relato.
Volviendo a Colina Cruz en este libro no hay ornamentación innecesaria sino, por el contario se da paso al ensayo de la brevedad y la pincelada exacta para graficar historias que tematizan la memoria colectiva de los habitantes de Guarangillo donde se hace presente la superstición, la soledad, la muerte, el juego, lo mágico, lo infernal, lo popular, la venganza, la envidia, el amor. Un cuento que recrea la memoria colectiva con belleza y picardía es el “diablo en el arroyuelo” que a partir de la imagen tierna de la niñez nos traza la derrota del viejo Satán con admirable ludismo. Por otro lado, señalo dos textos ejemplares de esa manía por contar bien; “noche de perro”, “un brujo, un colambo y una piedra muy rara”. Aunque en su totalidad cada cuento muestra su valía. Otro rasgo que llama la atención en Colina Cruz es señalar el salto cualitativo que ha seguido Gutiérrez desde sus primer libro hasta este segundo libro. Gutiérrez es un “orfebre hábil en el difícil “arte de contar bien una historia”. En Colina Cruz hay un buen uso de la coma retórica, el encantamiento de la oralización en boca de los personajes, la simpleza enumerativa para desarrollar la tensionalidad de la fábula, el recurso de lo cotidiano que depara sorpresas e historias en Guaranguillo, prosa fotográfica como instantáneas coloridas. Colina Cruz en su brevedad es un libro que marca con fuego los ojos del lector. Colina Cruz no es un libro para ser tragado, ni digerido sino para ser cosido en la mente diríamos parafraseando al viejo Bacón. Es un libro de “cuentos deleitables“ dice en la contratapa Miguel Gutiérrez. Yo agregaría que es un libro de cuentos finamente cincelados con oficio y paciencia narrativa.
“Al comenzar la noche no se oyó ningún balazo y no hubo alboroto de perros, pero sí un endemoniado croar de sapos en la orilla del río cercano a la casa de los Ruiz.” Así, de sugerente se presentan las primeras líneas del cuento Pincelada que integra el breve libro: Colina cruz (Hipocampo Editores, 2009) de Teófilo Gutiérrez Jímenez. La construcción oracional muestra el escenario de la historia a desarrollarse. Nos pica la curiosidad por saber que le sucede a los Ruiz y el narrador va configurando el espacio dialógico entre Pablo Ruíz y su mujer: “-¡hombre apaga la luz! / El giró los ojos hacia el umbral de la puerta del dormitorio, donde estaba la mata de sábila colgada y amarrada a un clavo oxidado por una cinta de tela roja. Una hoja se estaba secando./ -¡malagüero- le dijo ella/ -¡tonterías – dijo él. Se seca porque las hojas también mueren alguna ve. Nacerán otras, y así , sucesivamente.“ La tensión del fatalismo y la muerte se muestran como máscaras de la soledad, la superstición, el olvido, el recuerdo. Teófilo Gutiérrez con “oficio de narrador” y con una prosa minimalista va estructurando la memoria de los moradores de “Guarangillo” un olvidado lugar ubicado en Jaén. Colina cruz no es un libro de cuentos más, es un libro de cuentos bien escritos. En el cuento: la mujer de Antonio Claros la historia recrea desde la escritura “la oralización de esos personajes”: “no que decían que la mujer tenía las piernas como patas de saltamontes”, •”como que tenía cola de mono y pezuña en lugar de un pie” Coloquio y chisme una mirada de censura y de “mal-decir” colectivo que tensiona la actitud de hombre que se aleja y esconde su “felicidad” fuera de ese enjambre de “enjuiciamientos” . Colina Cruz en los diez cuentos que la conforman nos es un libro más sino un libro que confirma la destreza narrativa de Gutiérrez quien ya el año de 1995 había editado su libro: “Tiempo de Colambo” con siete cuentos admirables, por el tratamiento minimalista del relato.
Volviendo a Colina Cruz en este libro no hay ornamentación innecesaria sino, por el contario se da paso al ensayo de la brevedad y la pincelada exacta para graficar historias que tematizan la memoria colectiva de los habitantes de Guarangillo donde se hace presente la superstición, la soledad, la muerte, el juego, lo mágico, lo infernal, lo popular, la venganza, la envidia, el amor. Un cuento que recrea la memoria colectiva con belleza y picardía es el “diablo en el arroyuelo” que a partir de la imagen tierna de la niñez nos traza la derrota del viejo Satán con admirable ludismo. Por otro lado, señalo dos textos ejemplares de esa manía por contar bien; “noche de perro”, “un brujo, un colambo y una piedra muy rara”. Aunque en su totalidad cada cuento muestra su valía. Otro rasgo que llama la atención en Colina Cruz es señalar el salto cualitativo que ha seguido Gutiérrez desde sus primer libro hasta este segundo libro. Gutiérrez es un “orfebre hábil en el difícil “arte de contar bien una historia”. En Colina Cruz hay un buen uso de la coma retórica, el encantamiento de la oralización en boca de los personajes, la simpleza enumerativa para desarrollar la tensionalidad de la fábula, el recurso de lo cotidiano que depara sorpresas e historias en Guaranguillo, prosa fotográfica como instantáneas coloridas. Colina Cruz en su brevedad es un libro que marca con fuego los ojos del lector. Colina Cruz no es un libro para ser tragado, ni digerido sino para ser cosido en la mente diríamos parafraseando al viejo Bacón. Es un libro de “cuentos deleitables“ dice en la contratapa Miguel Gutiérrez. Yo agregaría que es un libro de cuentos finamente cincelados con oficio y paciencia narrativa.
LUNES, 7 DE MAYO DE 2012
TEÓFILO GUTIÉRREZ, UN ANÓNIMO CONOCIDO / Bernardo Rafael Álvarez
No sé si es buena o mala la costumbre que tengo de no frecuentar muy apretadamente los lugares donde suelen reunirse los poetas y escritores; me refiero, claro, a los bares del centro de Lima y de otras partes y, concretamente, del jirón Quilca. Pero lo cierto es que debido a esto pierdo las oportunidades de enterarme tempranamente de algunas nuevas apariciones bibliográficas de algunos amigos. Hace ya doce años Teófilo Gutiérrez, a través de su sello editorial Hipocampo, publicó un poemario mío –Dispersión de cuervos-; pero hace más de doce años que entre él y yo nació una entrañable amistad (iniciada gracias al gran Juan Ramírez Ruiz, allí precisamente: en el jirón Quilca) que, aunque últimamente no nos vemos mucho, sé que ha ido fortaleciéndose con el tiempo. Para definirlo en dos palabras, diría que Teófilo es un buen pata. Pero es, además, de eso y de cuidadoso editor (lo digo con conocimiento de causa) un mesurado y muy talentoso narrador.
En 1995 sacó a la luz “Tiempos de Colambo”, una colección de relatos con sabor y aroma a evocación aldeana que, no obstante tratarse de “cuentos iniciales”, como los definió en la dedicatoria que colocó en el ejemplar que entonces me obsequió, son textos que en verdad ponen de manifiesto una ostensible madurez a la que se suma la innegable calidad. Al leer el título de ese libro, lo confieso, me quedé medio estupefacto. Tuve que preguntarle a Teófilo y él se encargó de “desasnarme”; me explicó que “colambo” es el nombre dado a una serpiente, una serpiente muy extraña en realidad. Efectivamente, en uno de los relatos es descrita como un ofidio “parduzco y voraz, que puede mimetizarse como cualquier culebra de monte”. Así, inusitados, como esto que leemos en la descripción anotada, son los relatos que nos ofrece el libro primero de Teófilo Gutiérrez. Y limpiamente, como limpia y clara es el alma de nuestros pueblos, los relatos aparecen como una fotografía poética de la gente de nuestra sierra norteña; son, como muy bien apunta Antonio Gálvez Ronceros en el colofón, “un universo de la vida de provincia”, con “esa actitud poética que se funda en la identidad del espíritu del autor”.
Teófilo Gutiérrez no es, digamos, un escritor apurado, desesperado, por publicar; es, más bien, un autor que hace gala de una excesiva parsimonia que no es precisamente, en su caso, signo de pereza, sino de responsabilidad por su oficio y de respeto por los lectores. Él es consciente de que un trabajo debe estar bien hecho, para ser digno de entrega. Y el cuidado que pone en lo suyo, también se da respecto de las ediciones que hace, con su sello editorial, de los libros escritos por poetas y narradores peruanos, especialmente jóvenes. La publicidad y la fama personal no es algo que le quite el sueño. Y esta suerte de despreocupación por ubicarse en la tribuna visible, es la razón por la que recién catorce años después, el 2009, de la aparición de su primer libro, decidió mandar a la imprenta su segundo volumen de relatos. Y yo, por lo que dije al principio (mi reticencia a ser asiduo concurrente de los lugares de encuentros bohemios), hace apenas unas semanas que tomé conocimiento de esto y, naturalmente, llegué a tener entre mis manos el libro que me ha regocijado con su lectura.
Como ya lo había adivinado, este libro no hace sino confirmar lo sabido: la calidad en la escritura de Teófilo Gutiérrez. Es, qué duda cabe, una valiosa contribución a la narrativa nacional venida de la parte norte de nuestro país. Entre otras cosas, creo que su importancia está –repito- en su capacidad de mostrar con palabras el alma limpia y clara de los pueblos nuestros, representados en los ojos y la sensibilidad de Teófilo, por –como dice Miguel Gutiérrez- la “memoria colectiva de Guaranguillo, una aldea olvidada de la región de Jaén”; Jaén, la provincia donde nació el autor de este libro cuyo título es “Colina Cruz” y ha sido escrito gracias al estímulo de la nostalgia y por eso deja notar –tomo las palabras de Carlos Rengifo- “un hálito de melancolía” a pesar de la “sutileza irónica”.
Raúl Jurado Párraga escribió una nota acerca de “Colina Cruz”, en que, con toda justicia, reconoce la destreza narrativa de nuestro autor y apunta que “no es un libro de cuentos más, es un libro de cuentos bien escritos”. Bueno, es natural que sea así, porque no estamos frente a un escritor improvisado. Hizo labor periodística, como colaborador en los diarios La voz, La República y Ojo, además en la revista Somos. Obtuvo, en 1989, el Tercer Premio de Cuento Copé y en el 2004 ocupó el primer lugar en el Concurso de Cuento 500VL. Es un escritor con oficio, pues. Pero es digno de señalar que Jurado Párraga, acertado escrutador, ha logrado precisar que en los relatos de “Colina Cruz” son “la superstición, la soledad, la muerte, el juego, lo mágico, lo infernal, lo popular, la venganza, la envidia, el amor”, los elementos que caracterizan a lo que el otro Gutiérrez -el autor de “El viejo saurio se retira”- llama “la memoria colectiva de Guaranguillo”. A esto, sin embargo, no podemos dejar de agregar el discreto toque de ironía, de buen humor (inherente a Teófilo), que siempre se hace presente. Solo una frase quiero citar, porque es representativa: “Por eso he cogido el pasatiempo de olvidarlo todo…”. El olvido no como un simple vacío, como ausencia de memoria, sino como “un acto”, un pasatiempo. Pura reflexión. Puro humor.
Hay un cuento en que aparece esto: “el Diablo se dijo para sí que ya era tiempo de traer al infierno a unos cuantos jovencitos porque tenía que renovar sus ejércitos envejecidos”. Yo debo decir que, efectivamente, ya es tiempo, jovencitos y señores, no de acercarse al infierno precisamente pero sí a esta suerte de fuego fecundo que es la narrativa de Teófilo Gutiérrez, poco conocida pero merecedora de mayor difusión y, sobre todo, de lectura. No sean mezquinos, señores de la crítica literaria. Teófilo Gutiérrez no puede seguir siendo lo que yo llamo “el más conocido de los anónimos en nuestro medio”.
http://imaginariotranseunte.blogspot.com/2012/05/teofilo-gutierrez-un-anonimo-conocido.html