Todo parece arder o quemarse en este libro. El fuego nos consume, pero antes podemos viajar por el océano imaginario de sus versos, navegando con matemática precisión. Con bíblica paráfrasis se nos advierte que la poesía –el lenguaje– no es un paraíso, y que sólo nos vamos hacia el silencio. No es cuestión de hermosas palabras sino de acuática poiesis. Una onda marina nos lleva y nos conmueve y la palabra –de todos modos– es la balsa que nos asiste, pero no nos salva del fuego. Aunque por él hallemos redención.
Antiguo Oriente, Asia, Roma [el poema de este último nombre es una joya de conseguida ironía] desfilan en esta quemazón hasta arribar a la profunda Chavín cuyo ancestro nos depara terrígena simpatía y crítica a la superficial óptica escolar del asunto; lo cual no es óbice para memorias agradables de colegialas abrazadas en escapadas a discotecas.
Y olas encrespadas, gramática de cadáveres donde –quizá– resalta el nuestro propio. Niño cotidiano que –de un soplo– enfría su sopa. Porque la muerte y el amor no esperan, son puntuales, como el tono coloquial de Notre Dame –último texto del libro– cuya frescura se irisa en lograda poesía que elogia y socava –lúcidamente– los mitos de la literatura. Es decir, la vigorosa literatura que aquí nos ofrece La salvación del fuego de Alex Sifuentes.
Roger Santiváñez
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