A MODO DE INTRODUCCIÓN
por Cecilia Granadino
Parece que nací para inventar cuentos y contarlos a todo el que deseara escucharlos. Fue así siempre, desde niña.
Definitivamente era mi destino porque mi propio entorno favoreció esta vocación. Mi madre primero, mis tías Adita y Carmela, después, nos llenaron la cabeza de fantasía a mí y mis hermanos, contándonos cuentos a la hora de ir a la cama. “Momotaro, el hijo del melocotón”, “El Bicho Comeleón” y “La leyenda del pájaro verde”, fueron mis historias preferidas. Hasta hace poco las recordaba completitas, palabra por palabra, ahora se me están perdiendo algunas frases o versos. Pero su magia, la ilusión que nos creaban, permanecen intactas.
Por otro lado, contradictoriamente, si me veían ensimismada inventando alguna aventura, me recriminaban la pérdida de tiempo: “estás pensando en las musarañas”, “haz algo útil”, decían. En general, se oponían a tan “ocioso” menester del cual no vislumbraban ningún provecho. No sabían que oponerme a sus consignas “útiles para la vida”, era mi objetivo favorito y me pasaba horas escondida en la huerta o tras una puerta creando endemoniadas historias de ángeles, de princesas, de seres malvados que las castigaban por prohibirme tantas cosas; pero también de príncipes alados que nos rescataban de la pobreza y las premiaban por ser tan buenas con nosotros.
Lo que se recibe de niño, lo marca a uno para siempre, para bien o para mal. Felizmente a mi alrededor siempre hubo espíritus buenos que me regalaron dones. De estas herencias dejé testimonio en un libro anterior, pero como quedé corta de espacio, aquí deseo rescatar otras.
Cuando yo era chica, en la misma casa vivíamos María con sus siete hijos, más los cinco huérfanos hijos del tío Manuel, y nosotros que éramos seis. De todos aprendí algo importante que me allanó el camino. Gracias.
La tía Conchito me enseñó la paz del corazón, la ingenuidad, la paciencia. No las practiqué mucho, pero sigue siendo mi meta alcanzarlas.
La tía Gloria me impulsó a aplicarme en la lectura más avanzada. Por ella leí textos que me llevaron a otros mundos y realidades, muy distintos a las aventuras y libros para niños que había leído hasta ese momento. Yo tendría unos doce años cuando ella me enfrentó a las complejidades del alma humana. Todavía recuerdo: “Por siempre ámbar”, “Barrabás”, “La condición humana” y “Cuerpos y almas”, entre otras novelas.
El tío Alberto era tenor, solfeaba diariamente a las seis de la mañana en el corral. Gracias a sus prácticas y perseverancia, me acerqué a la música y aprendí de óperas y zarzuelas. Cómo me deleitaba escucharlo cantar “Una furtiva lágrima”.
Son tantas las herencias que uno recibe a veces sin reconocerlas, que seguro omito varias. Como por ejemplo, de María, de quien no pensé haber heredado algo. Ella, que en la vejez más parecía un duende con su cabello blanco y parado y que se sentaba en una mecedora de la cual colgaban sus piernitas sin llegar a tocar el suelo, era una aficionada increíble a las carreras de caballos. Tenía varios de esos cuadernos grandes que usan los contadores, llenos hasta la locura de datos sobre esos equinos: sus padres, antecedentes, cuándo corrieron, dónde, quién era el jinete, cuánto pesaba cuando perdió y cuando ganó y por cuántos cuerpos, etc., etc. Llenaba los datos con un lápiz grueso que siempre mojaba en la lengua. Y cuando fue perdiendo la visión, se ayudaba con una lupa para poder hacerle el seguimiento a sus favoritos. Imagínenla trepada en su mecedora, con sus libros inmensos, su ojo cíclope tras la lupa enorme. Realmente era un duende estrafalario. Bueno, pues. De ella heredé, ahora me doy cuenta, no la afición por la hípica, sino la perseverancia, la capacidad de investigar y de fichar la información.
La tía Chela de Huaral vio en mí capacidades y dones en los que ni yo misma creía. Por ella hice teatro desde pequeña, recité y bailé, al igual que todos los primos o amigos que pasaban por su entorno. A todos nos sacaba el artista que teníamos dentro. Pero, sobre todo, nos enseñó a disfrutar la vida cada día con alegría. Un homenaje a ella.
Una vez me leyeron la mano y la gitana aseguró que mi línea de vida iba totalmente emparejada con la línea de mi destino, de modo que no me quedó otra cosa que seguir adelante, toda vez que me regocija mucho escribir y contar.
Para terminar, debo aclarar que los horóscopos y otras gitanas vaticinaron que yo sería escritora, pero no aclararon si sería una buena escritora. Ando en ese empeño, leyendo a los maestros, practicando, practicando, tras las sombras en soledad, todavía con mi corazón de niña ¿o de duende?
EL ÁNGEL
—¿Y a qué se debe tu visita? —le dijo el monaguillo al ángel que acababa de aparecer.
Se habría colado por la ventana que daba al sagrario, porque las puertas de la capilla ya estaban cerradas. En la penumbra de la nave lateral, el ángel relumbraba.
—Me has asustado. Siempre te apareces sin más ni más y ni ruido haces —le espetó Simón, el tonto del pueblo, el eterno ayudante en la parroquia: baldeaba, sacudía, cocinaba, prendía los incensarios. Hacía todo tipo de oficios, los paganos y los místicos—. ¿A qué has venido? —volvió a preguntar.
—No tenía a dónde ir —respondió el ángel con toda tranquilidad—. Me echaron. ¿A dónde más iba a ir?
—Pues aquí no te puedes quedar.
—¿Y por qué no?
—Porque el padrecito Daniel se molestaría. No hay sitio. Ya vete de una vez —insistió Simón—. Todos los altares están ocupados.
Se apresuró, incómodo, tratando de recoger la basura con el recogedor, para acabar de una vez su tarea. No pudo lograrlo porque el ángel se le interpuso y le arrebató la escoba.
—Tengo que quedarme aquí. Otras veces me han recibido. ¿No te da pena? Afuera está helando.
Simón levantó sus ojos tristes.
—Es que el Padre dice que ya tenemos suficientes ángeles y que no puede alimentarlos a todos. Tienes que irte, me va a despedir.
El ángel recogió los pliegues de su túnica y se sentó en un rincón.
—Aquí no me va a ver, no haré ruido —imploró. Y como demostrando que era posible mimetizarse con las sombras, se hizo un ovillo y sus negros cabellos escondieron la luz de su rostro.
Simón levantó los hombros y empezó a desempolvar los reclinatorios y a pasar un trapo húmedo por las bancas. Las ordenaba con gran precisión, armando las hileras, una tras otra, como piezas de un ajedrez enorme. De rato en rato observaba al ángel que parecía haberse adormilado en el silencio de la capilla.
—Tienes que marcharte, más tarde será peor, busca otro sitio —le dijo, tocándole los pies con su ojota, su sandalia de indio.
El ángel apenas si pudo incorporarse.
—¿Tienes alguna enfermedad? —preguntó Simón y el alma se le llenó de piedad cuando el ángel tomándole la mano, la colocó en su frente.
—Creo que tengo fiebre —dijo.
Simón no podía esperar tanto, sentir su piel ardiendo. Nunca había tocado al ángel. Ya hacía tiempo que lo visitaba, pero de algunas conversaciones y un matecito no habían pasado. Se removió inquieto. Finalmente, dijo:
—¿Y si te llevo a mi casa?
—¡No! —respondió en el acto el ángel. Tu madre podría verme. Sería peor.
—No creo. Te esconderé en mi cuarto hasta que te cures —se iba entusiasmando con la idea, Simón.
El ángel tenía dudas.
—En algún momento tu madre entrará a hacer la limpieza y se molestará con mi presencia.
Simón se había decidido, viendo la debilidad del pobre ángel enfermo.
—No importa. Te llevaré igual.
Y con temor, vergüenza o tal vez veneración, se acercó y levantó el cuerpo. Era tan pequeño. Antes no lo había notado. Un intenso perfume a claveles lo invadió. El ángel no se opuso, le dolían las articulaciones y el alma, necesitaba como nunca unos brazos, un calor, un cariño.
Simón avanzaba contento por la callejuela empedrada.
—Nunca hemos tenido un ángel en casa, creo que hasta le puede gustar a mamá.
Cruzaron la placita dejando un rastro de flores. La joven prostituta se apretó a Simón.
DATOS DE LA AUTORACecilia Granadino Penalillo es narradora, actriz, compositora e investigadora de la tradición oral y la cultura. Producto de sus aventuras recorriendo el país, ha escrito doce estudios de su serie Aproximaciones hacia un mapa de Artesanías en el Perú; las series Cuentos para niños Wasapay y Sapito Cancionero (canciones infantiles); también Con harta vergüenza (cuentos), El cuento del pero... (deuda externa para niños), Cuentos de nuestros abuelos Quechuas y otros que recopilan la tradición oral andina y afroperuana. Ha desarrollado los programas radiales “Decisión” y “Collera”, para niños y jóvenes.
El Ministerio de Cultura peruana la distinguió como “Personalidad Meritoria de la Cultura”, 2015. El crítico literario Ricardo González Vigil, la incluye en la colección Cuentos Inolvidables del Perú y señala: “Su cuento Jacamalumbia ejemplifica su destreza para adentrarse en sus personajes y manejar el tiempo narrativo con una prosa dinámica, de rara intensidad expresiva. Junto con ello, su compenetración con nuestras culturas ancestrales”.
Ha sido incluida en varias revistas, antologías y publicaciones colectivas, así como en el libro del prestigioso periodista y escritor Maynor Freyre Altas voces de la literatura peruana.
CECILIA GRANADINO, SEGÚN SIGIFREDO BURNEO SÁNCHEZ
Parece ser que en el entorno de Cecilia Granadino habitaba un duende a quien ella llamaba María y solía encontrar encaramada sobre su mecedora escribiendo datos hípicos en enormes libros de contabilidad, ayudándose con una lupa. Con un dato de esa naturaleza puede entenderse su feliz vocación de escritora y sus ganas de vivir una vida metafórica plagada de ángeles en convivencia con humanos. Sus años de experiencia y su tiempo de lectora acuciosa le permiten, ahora, volver sobre la nostalgia, esa permanente e insatisfactoria dimensión que aletea alrededor de nuestra rutina para inquietar la autocomplacencia.
En este libro destaca nítidamente la concisión como un elemento de estilo, lo cual confiere intensidad emotiva y verbal a cada uno de los textos. En la variedad temática desplegada palpitan la nostalgia, la tristeza, la soledad, la pobreza, la frustración; pero también, la esperanza y la magnificencia de nuestra cultura popular, tanto serrana como selvática.
Las técnicas narrativas que sostienen los cuentos están hábilmente seleccionadas y utilizadas en función de conseguir eficacia narrativa. El uso de un lenguaje demótico complementa la ternura y curiosidad de estas historias de pueblo dirigidas para lectores de pueblo.
Los relatos cubren una diversidad de aspectos propios de la vida humana, siempre tan difíciles de enjuiciar racionalmente: la ilusión infantil, la revaloración de la condición femenina, la justicia, el heroísmo, el sacrificio, los amores conturbados, las paradojas de la conducta, la hipocresía, la indiferencia, el deterioro de la vejez...
Para quienes creemos que la literatura es la mejor forma de tratar de entendernos como especie humana, este es un libro fundamental.
En este libro destaca nítidamente la concisión como un elemento de estilo, lo cual confiere intensidad emotiva y verbal a cada uno de los textos. En la variedad temática desplegada palpitan la nostalgia, la tristeza, la soledad, la pobreza, la frustración; pero también, la esperanza y la magnificencia de nuestra cultura popular, tanto serrana como selvática.
Las técnicas narrativas que sostienen los cuentos están hábilmente seleccionadas y utilizadas en función de conseguir eficacia narrativa. El uso de un lenguaje demótico complementa la ternura y curiosidad de estas historias de pueblo dirigidas para lectores de pueblo.
Los relatos cubren una diversidad de aspectos propios de la vida humana, siempre tan difíciles de enjuiciar racionalmente: la ilusión infantil, la revaloración de la condición femenina, la justicia, el heroísmo, el sacrificio, los amores conturbados, las paradojas de la conducta, la hipocresía, la indiferencia, el deterioro de la vejez...
Para quienes creemos que la literatura es la mejor forma de tratar de entendernos como especie humana, este es un libro fundamental.
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