Evgueni Bezzubikoff hace el milagro. Sus poemas abren en el ojo unas mirillas. Uno se asoma por ellas y ve a otros como nosotros, pero mejores, más nosotros, viviendo la poesía que afuera leemos.
Carlos Franz
Es refrescante encontrar una voz joven y nueva, y sobre todo reconocible en el concierto de las voces de la generación a la que pertenece. Su tono es cosmopolita. Su poesía pertenece a los emigrados y es nostálgica, querendona y reflexiva, aun a 130 km. por hora.
Rodolfo Hinostroza
LOS DISPAROS DE EVGUENI BEZZUBIKOFF
por Miguel Ildefonso
En
la poesía peruana, como en la de Latinoamérica, existió la migración del poeta
hacia nuevos y antiguos horizontes. Nuevos en el sentido de una búsqueda de
renovación estética que dio obras como la de César Vallejo, César Moro o Jorge
Eduardo Eielson. Y antiguos porque significaron adentrarse en la tradición
occidental y participar o dialogar con dichos referentes y monumentos
universales. El punto de llegada era Francia principalmente, la vieja Europa,
como ahora lo es los Estados Unidos. Sobre todo desde los poetas aparecidos en
los años ochenta, el imperio se ha vuelto un nuevo referente en que poetas que
radican allá han volcado sus versos retratando la constante diáspora, el
continuo exilio, la interculturalidad babélica que caracterizan a este nuevo mundo
globalizado. Voces como la de Eduardo Chirinos, José Antonio Mazzotti, Mariela
Dreyfus, Miguel Angel Zapata, Róger Santiváñez, prefiguran esta nueva voz, la
de un poeta que muy pronto llegó al país del Tío Sam. A diferencia de otros,
Evgueni Bezzubikoff se inició poéticamente en ese nuevo territorio lleno de
renovados mitos. De ahí la frescura de su poesía que señala Rodolfo Hinostroza
en la contratapa de Los Disparos, libro que estamos presentando en Lima, en la
Librería La Familia, ante su familia, lejos de la librería McNally, de su
ciudad poetizada, Manhattan, en donde suele presentarse Evgueni y presentar a
sus amigos que como yo, algunas veces, recalamos en esa gran manzana para
levantarle el vestido a la Estatua de la Libertad, y ver de qué color son sus
bragas.
Hoy
está aquí Evgueni, en Lima la bella, la Manhattan inca, presentando él mismo
estos Disparos que nacen tanto de estas ciudades como de los libros que nos
colman y de las experiencias íntimas por las que, como también dice Carlos Frank
en la contraportada, “ve a otros como nosotros, pero mejores, más nosotros,
viviendo la poesía que de afuera leemos”. Su poesía, como ya hemos ido viendo
en sus libros anteriores, apunta a revelarnos lo que queda de esas pesadillas
urbanas del amor cuando algo oscuro se nos presenta justo cuando vamos a
alcanzar lo inalcanzable. Me viene a la mente la escena final de la película Carlitos
Way cuando un asesino inesperado es quien fulmina a Al Pacino que estaba a
punto de abordar el tren y alcanzar el amor soñado con la amada bailarina. Esa
intensidad busca la poesía que nos trae el poeta ahora, esa tragedia que está
en las carreteras, en los bares, en los museos, en los teatros. El poeta
conversa con la muerte como si fuera la nostalgia o como si se tratara del
amor. O quizás sean lo mismo, una misma imagen tridimensional como son las
fotografías que acompañan a los textos.
Los
disparos apuntan a esos viejos mitos con los cuales se han construido esta
civilización, y que hoy se ven trastocados por una nueva sensibilidad. Es lo
que se interpreta de la imagen de la portada del libro, la mujer es abrazada
por un esqueleto, un fantasma, un pasado que aun viste de vida aferrándose a
esa mujer intacta, renovada en sus nuevas dimensiones. No en vano son mujeres,
y jóvenes y bellas, las que se retratan en el interior del libro también. Y
solo hay un hombre allí, un anciano en un auto más viejo aun. Y, por supuesto,
al final vemos al mismo Evgueni, como el cronista de esta nueva era, con el
fondo del río Hudson y el Central Park, a una altura en que solo la poesía
puede alcanzar para decir lo inexpresable.
Miguel Ildefonso
Portada del Sol, invierno, 2013.
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